El Tercer Día.
El amanecer del tercer día llegó sin colores. Una luz gris, muda, filtrándose entre los árboles muertos del borde de la carretera abandonada. El mundo parecía detenido, como si también estuviera conteniendo la respiración.
Cayden abrió los ojos con un sobresalto, la espalda rígida por haber dormido sobre tierra dura y raíces. Lo primero que sintió fue frío. Lo segundo, hambre. Y lo tercero… el peso ligero del cuerpo de Isela apoyado en su costado, demasiado inmóvil.
Se incorporó de inmediato.
—Isela… —la sacudió con suavidad.
Ella respondió con un pequeño gemido, apenas un sonido quebrado que hizo que el corazón de Cayden se contrajera hasta doler.
Tenía los labios partidos. La piel, cenicienta. El pulso… lento, como una cuerda vieja que podía romperse en cualquier momento.
—Tenemos que levantarnos —susurró él, aunque sabía que se lo decía más a sí mismo que a ella—. Hoy encontraremos más agua. Te lo prometo.
Ella abrió los ojos, pero no lo miró directamente. Miró más allá, como si al