La Fractura que no Puede Esconderse.
El monitor parpadeaba. Otra vez.
Leo parpadeó con él, como si alguno de los dos pudiera sincronizarse por accidente. El pitido débil del sistema de control cerebral se filtraba por los altavoces de la sala, un sonido irregular que no significaba nada o que ya no significaba lo que debería.
Damian: fuera del perímetro.
Livia: fuera del alcance directo.
Isela: desestabilizada.
Cayden: imposible de leer.
Su control: inexistente.
El sistema no mentía. No fallaba. Él era el que se estaba quedando atrás.
—Leo —la voz de su padre lo atravesó como un zumbido—. Necesitamos un informe.
Él no se giró. No valía la pena. Tenía las manos aferradas a los controles, como si apretarlos más fuerte fuera suficiente para subyugar a los que estaban al otro lado.
Damian debería estar arrodillado. Livia debería estar regresando. Isela debería estar inconsciente. Nada de eso estaba ocurriendo.
Los monitores seguían devolviendo líneas irregulares, como si se rieran de él. Como si lo observaran con desprecio,