El Punto Ciego.

El punto ciego no aparece en los mapas oficiales porque nunca fue pensado como un lugar.

Fue pensado como un error.

Isela lo comprende antes incluso de cruzar el último tramo de carretera. No lo razona, no lo deduce; lo siente como una presión persistente detrás del esternón, una incomodidad que no se parece al miedo ni a la ansiedad, sino a algo más primitivo: la certeza de estar entrando en un espacio que no fue diseñado para ser habitado por personas vivas.

El aire cambia primero.

No en temperatura, sino en densidad. Cada respiración parece tardar un segundo más en completarse, como si los pulmones necesitaran negociar con el entorno para llenarse. Isela reduce el paso de forma instintiva, Cayden, a su lado, hace lo mismo sin mirarla.

No se miran porque ambos saben que, si lo hacen, van a confirmar lo mismo: que ya no están dentro del sistema Alfa, pero tampoco están completamente fuera.

—Esto no es desconexión —dice Cayden al cabo de un rato—. Es otra cosa.

Isela asiente. Tiene la
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