El Origen.

El impacto no fue físico, sino interno. Isela abrió los ojos y descubrió que ya no había suelo ni caída, solo una superficie infinita que parecía hecha de vidrio líquido. Bajo sus pies se reflejaban sus propios pasos como si caminaran sobre agua, pero no había sensación de humedad ni frío. La luz venía de todas partes y de ninguna; era como estar dentro de un corazón gigantesco que latía con su propio ritmo.

Damian se incorporó de golpe, apuntando a la nada. El cañón del arma temblaba en su mano, más por miedo que por esfuerzo.

—Esto es imposible —murmuró, con la voz rota.

Livia se giraba sobre sí misma, buscando un punto de referencia. Su respiración era tan rápida que parecía hiperventilar.

—Nos arrancó del mundo —jadeó—. Ise, no tengo la más mínima idea de a dónde nos has traído, pero tienes que sacarnos.

Leo, en cambio, no habló. Se quedó mirando a Isela. Era la única que no parecía afectada por el lugar; sus pies se hundían apenas un centímetro en la superficie, como si el espac
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