El Encuentro.
La lluvia golpeaba el tejado del edificio abandonado como metralla. Isela apoyaba las manos en una mesa oxidada, respirando hondo. Tenía el dispositivo envuelto y dentro de la mochila. A su alrededor, Leo revisaba su arma por quinta vez, Damian cerraba las ventanas con tablones improvisados y Livia trataba de controlar el temblor de sus manos.
—No podemos quedarnos aquí mucho tiempo —murmuró Leo, su voz apenas audible entre el rugido de la tormenta—. Si lograron seguirnos desde el Umbral, estarán cerca.
Isela asintió, pero no se movió. Sentía que el dispositivo vibraba en la mochila, como un corazón vivo. Cada latido coincidía con uno suyo.
—Necesitamos un plan —dijo Damian—. No solo correr. Si esto es tan importante como dices, Isela, van a venir por él. Por ti.
Isela levantó la mirada. Sus ojos brillaban, cansados pero determinados.
—No pienso entregarlo. Si se lo llevan, todo esto habrá sido para nada.
Leo le sostuvo la mirada. Había algo en él, una mezcla de rabia y miedo, que no