Conexiones.

El martes había transcurrido de manera tediosa y repetitiva, pero había cambiado para el miércoles.

Isela entró al aula con la sensación de que no sería un día cualquiera. Su mochila colgaba de un hombro, sus manos temblaban ligeramente y, sin saber por qué, un cosquilleo recorría su pecho desde el momento en que puso un pie dentro de la clase. El murmullo de los estudiantes, el olor a café y los libros abiertos no podían competir con la electricidad que sentía.

Damian Fontanela estaba allí, revisando diferentes papeles sobre el escritorio. Su presencia llenaba el espacio, aunque nada en él fuera extraordinario. No tenía el porte de un galán de cine, pero para Isela, cada movimiento suyo era hipnótico, como si el aire mismo se organizara a su alrededor. Intentó apartar la mirada, pero no pudo.

Cuando levantó los ojos, él la miró directamente. Un calor extraño subió a sus mejillas y su respiración se aceleró. Quiso girar la cabeza, pero sus ojos se encontraron demasiado tiempo. Su atención la hizo sentirse vulnerable y fascinada a la vez.

—Buenos días —dijo Damian, con voz clara y firme.

Intentó saludarlo de vuelta, pero las palabras no escaparon de su garganta. Apenas logró una sonrisa débil, torpe, que no consiguió disimular el rubor en sus mejillas. Sabía que sus amigas tenían razón: se notaba demasiado. Y aun así, no podía escapar de la atracción que sentía.

La clase fue llenándose de a poco, pero la tensión seguía en el aire, o al menos Isela era capaz de sentirla como si el mundo entero se redujera a ese salón. Bajaba la mirada para evitar cualquier contacto incómodo, aunque no fue de mucha ayuda.

Durante la clase, cada vez que Damian hacía una pausa para observar a los estudiantes, Isela sentía que su mirada se posaba sobre ella con más frecuencia de lo normal. Quizás era su imaginación. Quizás no. El simple hecho de pensarlo hacía que se le secara la boca y que se le dificultara tomar notas con normalidad.

En un momento, al mostrar a Selena un ejemplo desde su cuaderno, dejó caer un papel al suelo de manera accidental. Cuando se agachó a recogerlo, sus manos rozaron por un instante las de Damian, quien estaba justo detrás de ella. Ambos se separaron de inmediato, como si el contacto los hubiera quemado. El cosquilleo que recorrió su piel dejó a Isela temblando.

—Lo siento —murmuró, tratando de reírse de sí misma, aunque su voz le sonó extraña incluso a ella.

—No pasa nada —dijo él, con un brillo divertido en los ojos.

Ese pequeño roce, aunque involuntario, bastó para que su corazón latiera más rápido de lo soportable. De pronto, la clase se convirtió en un ruido lejano, casi inexistente, porque toda su atención estaba dividida entre lo académico y esa sensación que Damian provocaba sin darse cuenta.

En un momento de bullicio, mientras sus compañeros hablaban entre sí, Damian se inclinó ligeramente hacia ella.

— ¿Cuántos años tienes, si no es indiscreción?

Isela parpadeó sorprendida. No esperaba que él rompiera el esquema de profesor con algo tan directo. Aunque al mismo tiempo pensó que simplemente estaba siendo amable.

—Veinticinco —respondió, sintiendo que su voz sonaba demasiado alta y clara—. Ya estoy en mi tercera carrera, supongo que eso es raro para alguien de mi edad.

Damián arqueó una ceja y le dedicó una sonrisa apenas perceptible.

—Interesante. Me sorprende tu entusiasmo a esta edad. La mayoría de mis estudiantes se conforman con lo mínimo.

Ella se mordió el labio, sintiendo el calor subir de nuevo a su rostro.

—Yo tengo veintinueve—añadió él en voz baja, como si no quisiera que nadie más lo escuchara.

“Por favor, que no note lo nerviosa que estoy”, pensó ella mientras intentaba enfocarse en el resto de la clase. Pero cada vez que levantaba la vista, él estaba allí, observándola de manera casi imperceptible, y eso la hacía sentirse especial y vulnerable al mismo tiempo.

Livia y Selena, desde sus asientos, la miraban con sonrisas cómplices. A veces hacían chistes en voz baja que Isela no alcanzaba a oír, pero no necesitaba escucharlas para saber de qué se trataba. Era evidente que no sabían disimular.

Cuando la clase terminó, Isela organizó sus cosas lentamente, intentando prolongar cada segundo en el aula. El resto de los estudiantes se marcharon en grupos pequeños, charlando sin prestar atención. Damian seguía allí, revisando unos papeles, y cuando el silencio se instaló en la sala, se acercó a ella.

— ¿Quieres tomar un café después de clase? —preguntó de manera casual, pero su mirada mantenía la intensidad que ella no podía ignorar.

El corazón de Isela dio un salto. Por un segundo, no supo qué responder. Su mente se nubló, y lo único que salió de su boca fue un tartamudeo torpe.

—Uh, sí —murmuró ella—. Supongo que no tiene nada de malo.

Él asintió con una ligera sonrisa, y ese gesto hizo que el estómago de Isela se encogiera y sus pies parecieran flotar. Mientras caminaban juntos hacia la salida del aula, ambos tropezaron con la puerta al mismo tiempo, y ella terminó chocando suavemente contra su hombro. Damian se apartó de inmediato, y ambos soltaron una risa nerviosa.

—Vaya… —dijo él, divertido—. ¿Siempre eres tan coordinada?

—A veces —contestó Isela, con la voz demasiado aguda—. No suelo tropezar, al menos no con tanta frecuencia.

Tras finalizar sus demás clases, Isela esperó en la entrada y allí lo encontró. El bullicio de los demás estudiantes los rodeaba, pero ella sentía que caminaban en un pequeño mundo aparte, un espacio donde todo lo demás se desdibujaba. Damian caminaba a su lado con tranquilidad, como si nada tuviera de especial ese instante. Para Isela, en cambio, era un torbellino de emociones.

Cuando salió de la universidad miró atrás, y vio a sus amigas más sorprendidas que nunca. Si algo era cierto acerca de Isela, era que siempre obtenía lo que quería. Eso aplicaba para todo.

Cuando estaban a punto de doblar la esquina hacia la cafetería, un hombre vestido con chaqueta oscura se cruzó en su camino. Se detuvo, observándolos con demasiada atención. Sus ojos se clavaron primero en Damian, luego en Isela.

Ella sintió un escalofrío recorrerle la espalda.

Damian, en lugar de saludar o esquivarlo, se tensó de manera casi imperceptible.

El hombre murmuró algo en voz baja, apenas audible.

—Ten cuidado, muchacho.

Y sin darles tiempo a reaccionar, desapareció entre la multitud de personas que caminaban por la concurrida calle.

Isela se quedó paralizada, con el eco de esas palabras repitiéndose en su cabeza. Miró a Damian, buscando alguna explicación.

Él no dijo nada. Solo la miró con esa misma intensidad de siempre, pero ahora había algo más en sus ojos: un destello oscuro, casi inquietante.

—Vamos —dijo al fin Damian, con voz firme.

Isela lo siguió, pero su mirada no podía despegarse del lugar donde el hombre había desaparecido.

Y mientras Damian avanzaba, una sensación extraña la hizo darse cuenta de que ese secreto que él guardaba podría separarlos o destruirlos.

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