Cazador.

Lograron salir del complejo, y tomaron el primer carro que encontraron. El camino se extendía frente a ellos como una cicatriz brillante, serpenteando entre los edificios derrumbados y los postes apagados. Damian iba al volante, con los ojos fijos en la carretera. A su lado, Leo dormía a medias, el brazo cruzado sobre su pecho.

Isela observaba las gotas correr por la ventana, sintiendo que el agua tenía un ritmo propio. Cada tanto, el dispositivo dentro de la mochila emitía un pulso azul que iluminaba el interior del auto. Como un corazón que seguía latiendo, aunque nadie quisiera oírlo.

—¿Cuánto falta? —preguntó ella, sin despegar la mirada del cristal.

Damian respondió sin apartar la vista del frente.

—Dos horas, si el Consejo no bloqueó los accesos.

Leo gruñó, medio dormido.

—Bloquearán todo. Siempre lo hacen.

El tono seco de su voz provocó un silencio denso. Isela se removió en el asiento, incómoda. Desde que escaparon del taller, Leo había hablado poco. La distancia entre ellos e
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