Buscándola.
La noche había caído, pero Damian no la sentía como un cambio en el cielo, sino como un peso húmedo que se aferraba a su piel. Caminaba rápido, sin rumbo claro, como si cada paso fuera un intento desesperado de escapar de algo que estaba metido dentro de él, no afuera.
La ciudad le parecía extrañamente deformada: luces estelas, siluetas dobladas por la velocidad de su respiración, rostros sin rasgos. Desde que había perdido la conexión mental con Livia… algo estaba roto.
Algo lo estaba siguiendo.
No físicamente, en la red, en la parte de él que nunca había elegido tener.
Damian apretó los dientes, frotándose la sien mientras intentaba estabilizar su pulso. La última imagen que había recibido de Livia no tenía forma, ni palabras claras. Solo miedo. Miedo puro, crudo, animal.
Y un sonido horrendo, como si algo dentro de su mente se partiera. Después, silencio absoluto.
—Livia… —susurró, sin comprender por qué ese vacío le dolía.
Intentó rastrear la señal. Nada. Era como extender la mano