El amanecer no había llegado todavía, pero en la torre del Consejo las luces estaban todas encendidas. Ninguno de los miembros había dormido; no cuando la estructura que los sostenía comenzaba a fracturarse desde adentro.

La muerte del doctor Rhys había sido el primer golpe. La fuga de Livia y Damian, el segundo. La amenaza de Leo, el más peligroso.

La sala de conferencias auxiliar estaba casi vacía, pero la tensión la llenaba por completo. Los padres de Isela aguardaban de pie, cada uno en una esquina distinta, como polos opuestos del mismo desastre.

La madre, Helena Corvin-Dean, mantenía la espalda rígida y los brazos cruzados.

El padre, Adrian Corvin, revisaba la pantalla táctil sin decir palabra, aunque sus dedos temblaban levemente.

El resto de los consejeros llegaba en silencio, con expresiones que iban desde nerviosismo hasta ira abierta.

La primera en hablar fue Marenne Carroll, la consejera de mayor edad, cuyos ojos hundidos cortaron el aire como bisturí.

—Tienen que explicar