31. Despertar entre ruinas

El silencio después del ruido no era silencio. Era un zumbido espeso, constante, como si el mundo todavía respirara con dificultad, como si algo siguiera vibrando debajo de los escombros. Abrí los ojos entre polvo y destellos. Todo olía a plástico quemado, a metal retorcido y a miedo, ese miedo antiguo que se mete por la nariz y se queda ahí, atrapado. El aire tenía ese sabor seco del humo que deja la electricidad cuando muere, un sabor que raspaba la garganta y me hacía toser sin poder moverme.

Intenté incorporarme, pero un pedazo de techo me presionaba las piernas como una mano enorme y fría. El cuerpo me dolía entero, desde los huesos hasta la piel. Cada respiración era un recordatorio de que seguía viva… y de que algo había salido terriblemente mal.

—¿Fran? —susurré, con apenas un hilo de voz.

Nada.

Solo mi propia respiración temblorosa y el eco del silencio que parecía tragárselo todo.

Hasta que escuché un ladrido.

Lobito. Mi pequeño lobito. Su ladrido era ronco, quebrado, pero e
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