28. Puntos de Fuga
La noche se volvió un animal inquieto.
El viento golpeaba las ventanas como si buscara entrar, y el techo crujía con un lamento viejo. Fran no había vuelto a hablar desde el mensaje. Se quedó mirando el fuego hasta que el fuego empezó a mirarlo a él.
Yo no podía dormir. Daba vueltas con mi lobito a mis pies, que se movía cada vez que yo lo hacía, como si compartiera la inquietud.
—Decime la verdad —dije al fin, desde la oscuridad.
Fran levantó la cabeza lentamente, sin sorpresa.
—¿Qué querés saber?
—Todo. Qué significa ese mensaje. Qué tengo que ver yo con eso, quiero saber todo.
Tardó en contestar.
—Mile… hay archivos que no deberían existir. Documentos que vinculan campañas, gobiernos, y nombres que no aparecen en ningún registro. Vos los tocaste sin saberlo cuando abriste aquella carpeta en el servidor.
Me quedé muda.
—¿Y por eso vinieron?
—Por eso, y por mí. Porque saben que estoy con vos.
El fuego estalló en una chispa que nos hizo sobresaltarnos.
—¿Y qué querés hacer ahora? —pre