25. El Filo delo que sigue
Hay mañanas en que la ciudad parece una página en blanco. Hoy no: hoy parecía un contrato con letra chica, una promesa escrita abajo en tinta que alguien puede borrar con la misma facilidad.
Llevé a mi pequeño lobito a pasear antes de ir a la oficina. La calle olía a tierra mojada y a medialunas, el aroma de los panes dulces que prometen familia a quien no la tiene cerca. El perro trotaba con elegancia por la vereda, olfateando lo cotidiano como si quisiese confirmar que seguíamos aquí.
En la agencia todo marchaba con una precisión inquietante: sonrisas medidas, teclados que sonaban exactos, y la sensación de que cuando todo va perfecto alguien lo está empujando desde detrás del telón. Rocío me entregó un sobre en la esquina del pasillo. —Llegó esto para vos —dijo, sin remitente—. Dentro había copias de accesos a servidores y un post-it con dos palabras: “Legal. Arriba.” No decía quién; decía dónde mirar. Eso, para nosotros, era suficiente.
Me senté con la libreta y empecé a armar el