La Lección del Dom

Las palabras del testamento la perseguían como un susurro maldito.

Se levantó con torpeza y Caminó hasta el espejo y se miró. Su rostro estaba demacrado, con restos de maquillaje corrido y ojeras marcadas. Pero sus ojos seguían firmes, Oscuros, pero vivos.

Apretó los dientes y aguantó una vez más las lagrimas, Agarró el anillo del mueble y lo sostuvo frente a su reflejo.

—No me voy a hundir —susurró—. Voy a arrastrarlos a todos conmigo.

Se colocó el anillo sintiendo el frio del metal contra su piel, esa frialdad le sacudió la columna sintiendo como La hija de Don Alessandro de Luca había muerto junto con el.

Soltó un respiro profundo y se dedicó a bajar a la mansión.

Todo había sido limpiado, El comedor aún olía a ceniza y cloro como si quisieran borrar la muerte con químicos y silencio. Pero Gianna sabía que las paredes no olvidaban, Ella tampoco lo haría.

Se dirigió al despacho de su padre donde se encerró una vez más, sentada en la silla de cuero que aún conservaba su aroma, sintió que el mundo se venía abajo otra vez, El vaso de whisky temblaba en su mano, era el favorito de su padre y el que había estado bebiendo en el momento de su muerte.

Afuera, los hombres murmuraban, Todos la miraban como una niña en un trono prestado, se preguntaban ahora que seguía. Sin el Don la mansión quedaba desprotegida.

La puerta se abrió y Alfonso Rizzo entró en silencio, con una carpeta en la mano y un sobre lacrado.

—Esto es tuyo —dijo sin rodeos—. Lo dejó para ti.

Gianna frunció el ceño y lo miró con desconfianza, Alfonso había sido el Mano derecha de Su padre durante toda su vida, pero Gianna ya no sabía en quien confiar tras la muerte de su padre de pronto sentía que los tenía a todos en su contra.

—¿Qué es eso?

—El testamento de tu padre Y un mensaje.

Ella dejó el vaso, Tomó el sobre con manos frías y rompió el sello comenzando a leer, La letra era la de su padre, elegante, firme, sin una sola corrección.

"Gianna

Si estás leyendo esto, es porque ya no estoy.

No lamento haber muerto, Solo lamento no haber vivido lo suficiente para verte reinar.

Desde el día en que naciste supe que eras diferente. Que algún día serías más que yo.

Por eso preparé todo Para ti.

La mansión, Los contactos, Las rutas, Los números, El anillo, Todo.

Porque en este mundo no se sobrevive por amor, Se sobrevive por poder.

Y tú ya lo tienes, Solo queda una elección, usarlo o dejar que lo destruyan.

Haz lo que debas hacer, Sin miedo, Sin remordimiento.

Tu padre, Alessandro."

Las manos de Gianna temblaban cuando terminó de leer, las lágrimas comenzaron a derramarse sin parar y la respiración se le cortó sintiendo su pecho cerrarse.

—Él lo sabía — murmuró, a penas pudiendo hablar por el dolor en su pecho —Sabía que lo iban a matar.

Alfonso asintió con gravedad sintiendo pena por la chica frente a el.

—Desde hace meses tenía sospechas, Cambió sus rutas, Silenció a muchos. Pero no quiso decírtelo No quería arrastrarte a esto.

—Y aún así me dejó todo.

Alfonso sacó una llave dorada del bolsillo interior de su chaqueta y se la entregó.

—Está es la llave de la Caja fuerte en el sótano, Contraseñas, los Nombres, las Cuentas. En esa caja está el mundo que construyó tu padre durante años Y ahora es tuyo.

Gianna lo tomó sin decir palabra. El peso de ese metal era más fuerte que el plomo, Era su corona.

—¿Y qué dice el consejo? —preguntó ella, finalmente después de calmarse un poco.

—Algunos te apoyan. Otros... creen que no estás lista. —Rizzo la miró de frente—. Pero nadie puede negar lo que eres ahora. La única heredera. Y según las reglas de esta familia... eso te convierte en la jefa.

Ella asintió lentamente. El dolor seguía allí, punzante, como un cuchillo clavado bajo las costillas. Pero debajo del dolor había algo más que comenzaba a crecer, Algo más fuerte.

Furia.

Furia y propósito.

Se puso de pie y Caminó hacia el retrato de su padre que colgaba en la pared del despacho. Lo observó unos segundos sintiendo como si los ojos de su padre la miraran fijamente diciéndole que era hora que continuara con lo que el había dejado.

Se giró hacia Alfonso, mirándolo con el ceño fruncido y con la ira y tristeza cruzando sus palabras.

—Reúne a todos, Quiero a los cinco capos de la familia aquí mañana.

Alfonso asintió y salió del despacho para cumplir con la orden.

Ella avanzó con pasos firmes, sus manos temblaban aún, y una rabia oscura la consumía por dentro. La habitación que hasta hacía poco había sido un santuario, ahora era su campo de batalla personal.

Sin dudarlo, arrancó los cuadros de las paredes, retratos familiares, fotos de su infancia, imágenes que hablaban de un pasado que ahora le dolía y los arrojó al suelo con violencia. Los cristales estallaron, el marco de uno quedó partido en dos.

Golpeó el escritorio con los puños, derribando papeles, cartas, documentos. Algunos ardieron bajo las llamas de un cigarrillo olvidado en el cenicero. Todo símbolo de lo que fue se convertía en escombros.

Un grito escapó de su garganta, un lamento mezclado con furia que hizo temblar las paredes. No lloraba por la pérdida. Lloraba por la traición que habían sido capaces de hacerle a su padre, el Hombre que los protegió y les daba de comer, Por la mentira, Por el vacío que le dejaba la corona que no pidió.

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