El Legado del Dom

El grito del mundo se apagó, El tiempo se detuvo, el caos cesó.

Sus ojos, tan iguales a los suyos la miraban.

Ella lo vio caer.

Sus ojos la seguían mirando, pero... estaban sin vida.

Su padre se le resbalaba de sus brazos, el peso inerte del cuerpo de su progenitor se hacía casi insoportable de agarrar, pero aún así ella no lo soltaba.

Se había ido, su padre se había ido.

Los guardaespaldas respondieron al ataque, la mansión se convirtió en un campo de batalla, pero los atacantes ya sabían lo que hacían, Fueron directos al Don, No querían oro, no querían droga, no querían a los europeos, Querían su cabeza, Y la tomaron.

Horas después y el olor a pólvora seguía suspendido en el aire, La mansión De Luca, una fortaleza inquebrantable durante décadas, ahora parecía una tumba abierta.

Cristales rotos cubrían el suelo como hielo caído del cielo, las cortinas ardían lentamente, y los ecos de los disparos aún retumbaban en las paredes como fantasmas.

Gianna estaba de rodillas aún con el cuerpo de su padre en sus brazos, esta vez ambos estaban en el frio suelo, con las manos manchadas de sangre y la vista fija en la pared Gianna no derramaba lágrimas, su mente estaba en blanco y el Shock de lo sucedido aún gritaba en su cabeza.

La sangre de Alessandro se extendía por el mármol blanco como tinta roja sobre un lienzo limpio.

No lloraba, No gritaba, No hablaba, Simplemente... no podía moverse, A su alrededor los guardias corrían. Algunos heridos, otros gritando órdenes. La seguridad había sido penetrada de forma precisa, quirúrgica. Una emboscada que había sido profesional, Alguien había dado acceso desde dentro. Pero nadie se atrevía a decirlo aún.

La policía llegó Tarde, Como siempre y Ninguno de los asesinos fue atrapado. Sólo quedó la sangre seca, el humo de las balas y el cuerpo sin vida de Don Alessandro De Luca sobre el mármol blanco del comedor.

Un paramédico intentó acercarse, pero ella lo detuvo con una sola mirada.

—No lo toques —susurró. Su voz temblaba, como si cada palabra desgarrara su garganta.

Alfonso Rizzo apareció segundos después, con el rostro tenso y una herida superficial en la ceja, Se arrodilló frente an ella.

—Gianna... tienes que levantarte, tienes que salir de aquí, Esto no ha terminado.

Ella no respondió. Seguía mirando a su padre como si esperara que abriera los ojos y la vida que horas antes había tenido volvieran a ellos.

—Gianna —insistió Alfonso con más firmeza—¡Levántate!

—Te puedes ir a la grandísima M****a — Gritó Gianna de repente — Le dispararon frente a mí ¿Como se supone que quieres que me vaya? Le dispararon Tres veces, —Una lágrima solitaria rodó por su mejilla izquierda mientras miraba a Alfonso con Ira contenida — Solo... cayó, me lo arrebataron, me lo han quitado, la única razón que tenia para existir me la han quitado.

Su voz quebrada era la de una niña que acababa de perderlo todo, muchas cabezas bajaron al escucharla, la soledad se sentía en la mansión y el dolor de una hija se hacía escuchar.

—Lo sé. Escúchame... esto fue un mensaje. Alguien quiso borrar al Don y dejarnos rotos, Necesitamos movernos ahora.

Gianna apretó los dientes. El mundo le daba vueltas. Su estómago estaba revuelto, su mente nublada. Era como si el tiempo se arrastrara por segundos interminables.

—¿Quién? —preguntó—. ¿Quién hizo esto?

—Creemos que fueron los Arakawa.

La rabia le cruzó el rostro, súbita. Como un rayo silencioso.

—Entonces que se preparen para arder.

Intentó levantarse, pero sus piernas temblaron. Alfonso la sostuvo.

—Tranquila, No puedes tomar decisiones ahora en tu estado, Debes descansar.

Gianna lo empujó, mirándolo con Desde sin comprender como podía pedirle tal cosa, había perdido a su padre y los culpables estaban sueltos celebrando su victoria.

—No. Yo soy la hija de Alessandro De Luca, Esta casa es mía, Su nombre, su legado, su sangre... es mía. No me voy a esconder.

Alfonso la miró por un largo momento. Ella estaba rota... pero dentro de esas grietas, ya comenzaba a nacer otra Gianna. Una que no iba a permitir que su padre se convirtiera en otro cadáver sin justicia.

—Entonces, dime —dijo ella, más firme—. ¿Quién dentro de esta casa le abrió la puerta a los asesinos?

La puerta estaba cerrada con llave, Nadie se atrevía a tocarla, Ni siquiera Alfonso, La habitación de Gianna permanecía en penumbra iluminada solo por la tenue luz que entraba entre las cortinas mal cerradas. Afuera, el eco lejano de escobas, pasos, vidrios rotos y voces susurrando se colaba entre los muros.

Estaban limpiando la mansión, Limpiando la sangre. Como si eso pudiera borrar lo que había pasado.

Gianna estaba sentada en el suelo, frente a su cama aún con el mismo vestido que usó la noche del ataque. El terciopelo negro estaba manchado de sangre seca en el borde, No la suya. La de su padre.

Tenía los ojos rojos, pero ya no lloraba. Las lágrimas se habían agotado hacía horas. Lo que quedaba era vacío, Silencio, Y una furia silenciosa que se cocinaba a fuego lento en lo más profundo de su pecho.

El presentimiento que había estado sintiendo desde ese día en la mañana se había hecho realidad, todo cobraba sentido y se arrepentía de no haber hecho caso a sus instintos cuando pudo. De haber advertido a su padre que algo iba a pasar no estarían en esta situación, pero sin embargo, decidió callarlo.

A su lado, el sobre lacrado que contenía la letra de su padre estaba arrugado, como si lo hubiesen leído miles de veces, El anillo familiar descansaba sobre la mesita de noche, brillando como un peso muerto, Todavía no se lo había puesto y no tampoco quería hacerlo.

Gianna se recostó contra la pared y Cerró los ojos. Su mente la traicionaba.

Volvía a esa noche, El momento exacto en que escuchó el primer disparo, luego el segundo y luego el tercero viendo como la vida de su padre se iba de su lado.

El crujido del cristal, La voz ahogada de su padre al caer y ahogarse con su propia sangre.

Una punzada le atravesó el pecho, Dolor, dolor físico y Auténtico.

"Si alguna vez yo caigo no te hundas conmigo."

Las palabras de su padre la perseguían a donde fuera, y era precisamente eso lo que estaba haciendo, hundiéndose con él.

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