El restaurante estaba cerrado al público. Solo quedaban luces tenues y el aroma a jazmín que subía desde los inciensos disimulados en las esquinas. La reserva no figuraba en ningún registro, y el personal que servía había sido elegido por su silencio.
Gianna llegó puntual.
Vestía de negro, con una chaqueta entallada que hacía juego con sus labios rojos. Llevaba el cabello recogido en una coleta alta, lo justo para que nadie pensara que venía a seducir... aunque sabía que su presencia ya lo hacía por sí sola.
Al fondo del salón, sentado como si ya le perteneciera todo, estaba Ren Nakamuy, Japonés. Ambicioso. Encargado de manejar la distribución marítima de Asahi en toda Asia.
Y, según su información, cansado de ser solo un peón en la mesa del Emperador.
—Gianna —dijo él, sin levantarse—. Es un honor... aunque poco sabio.
—A veces hay que hacer cosas poco sabias para ganar guerras —respondió ella, sentándose frente a él—. Sobre todo cuando tu emperador empieza a parecerse más a un cadáv