La mansión de Malibú, grande y frente al mar, se había convertido en el refugio de Horus y Senay. Era su fortaleza, el lugar donde podían dejar de actuar.
Los primeros días fueron para poner las reglas, como si estuvieran firmando otro contrato, pero esta vez, para vivir juntos. La casa era enorme, pero la amenaza del veneno los obligó a tomar una decisión difícil: compartir la suite principal. No por cariño, sino por seguridad. Horus insistió. Era más fácil protegerla si estaban cerca.
—La planta alta será solo para nosotros —declaró Horus una mañana, mientras revisaba los planos de la casa. Su voz era tranquila, de negocios, pero con un tono de orden.
La planta de arriba se dividió en dos mundos. Ella tendría su propio estudio de arte, un espacio grande con mucha luz, perfecto para pintar, lejos de los ojos de cualquiera. Él tendría su oficina, llena de pantallas y tecnología, un centro de control.
—El personal de confianza, solo Ceylin y mi jefe de seguridad, tendrán acceso arriba