Capítulo XLV

El eco del beso aún vibraba en el aire de la cocina de Malibú, congelando a Horus en su sitio. El mármol de la encimera se sentía helado bajo sus palmas. Se quedó mirando el espacio vacío donde Senay había estado sentada, y luego la puerta por donde ella había huido. La culpa era una ola negra que lo arrastró. Había roto el trato. Había cruzado la línea que él mismo había dibujado para protegerla, para proteger su frágil acuerdo.

—Fui un idiota —murmuró, sintiendo que había dañado algo irremediable. ¿Y ahora qué? ¿Qué pensaría ella? ¿Que él estaba esperando una oportunidad? Había cedido al deseo, a la necesidad de sentirla cerca, de borrar la tensión de la cena con sus padres y con Ahmed. Pero en lugar de alivio, solo encontró más confusión.

Se obligó a secar los últimos restos de helado y a guardar los potes. Necesitaba poner orden en algo, aunque fuera en la cocina. La idea de subir a la habitación y enfrentarse a Senay ahora era imposible. Estaba en un trance de autocastigo.

De pro
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