El silencio que siguió a la irrupción de Horus no era un vacío, sino un peso físico, una capa helada de tensión que se posó sobre cada superficie, cada persona. La cabaña, antes escenario de un juicio íntimo, se había convertido en un campo de batalla donde los códigos fraternales y paternos se deshacían en el aire.
El ambiente era tenso. El único sonido audible era la respiración rápida y superficial de Senay, con el frío cañón del arma presionando su sien, y el jadeo frenético de Ahmed, cuya mente oscilaba salvajemente entre la rabia y el pánico.
Afuera, Vittoria había escuchado el grito de Ahmed y el posterior golpe seco de la puerta al ser abierta. Sabía que Horus había entrado.
Corrió hacia la entrada principal, agarró el arma que Set había dejado en la nieve y se dirigió a la puerta trasera por donde Horus había irrumpido. Horus estaba ya dentro, pero el marco de la puerta lo había frenado, permitiendo que Set, sentado a un lado, le transmitiera la información crítica con una mi