Capítulo XCII

El grito de Senay fue el sonido del terror absoluto, cortado abruptamente por la mano implacable que le cubrió la boca. Fue una emboscada silenciosa, una embestida brutal, justo cuando ella creía haber encontrado una rendija de esperanza en la base de la roca.

Ahmed la había encontrado. Había corrido al azar, pero su locura poseía una resonancia extraña con el miedo de ella, atrayéndolo como un imán roto. Cuando la vio agachada y jadeante, la euforia lo invadió, confirmando su delirio: ella lo estaba esperando.

La mano de Ahmed era grande y fuerte, presionando con una fuerza casi dolorosa sobre su nariz y boca, sofocando cualquier nuevo alarido. La otra mano la sujetó por el brazo, girándola y forzándola a moverse. Mientras tapaba la boca de Senay, la arrastraba hacia el camino, a través de la maleza espinosa.

El pánico la cegó por un momento. Sus uñas se clavaron inútilmente en la piel del brazo de Ahmed, buscando una arteria, un punto de presión. Su cuerpo, aunque exhausto por la ca
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