El rugido del todoterreno de Vittoria se había detenido bruscamente, a unos cincuenta metros de la cabaña. Set y Vittoria salieron del vehículo, el frío instantáneamente envolvía sus rostros, pero la descarga de adrenalina los mantenía cálidos. La camioneta del equipo de Horus venía detrás, pero aún estaba a varios minutos de distancia, siguiendo el rastro a pie.
Set volvió a hablar, su voz retumbando a través del comunicador de mano, amplificada, intentando sonar tranquilo, paternal, no como el Set margnate, sino como el padre de Ahmed.
—¡¿Hay alguien ahí?! Sé que estás ahí, Ahmed. Estamos solos. No hay nadie más.
El silencio fue la respuesta, un silencio pesado, solo roto por el crujido del viento entre los pinos. El humo de la chimenea seguía subiendo, un hilo de vida en un lugar de muerte. Mientras no veía ni escuchaba movimiento, el silencio no lo engañaba. Set no era un hombre de esperar. Algo en su pecho, una punzada fría, algo le decía que debía quedarse en ese lugar, inmóvil,