Senay corrió lo que más pudo. Sus pulmones ardían por el esfuerzo y el aire helado que cortaba como cuchillas. No miraba hacia atrás, solo hacia adelante, buscando cualquier sombra, cualquier saliente, cualquier cosa que pudiera romper la línea de visión de su perseguidor. Había escapado de la casa, pero ahora se encontraba en un laberinto silencioso y hostil.
Desconocía la zona, y la desesperación se mezclaba con el conocimiento gélido de que cada paso la alejaba de Horus, pero también la acercaba a la muerte o, peor aún, a un destino dictado por la locura de Ahmed.
El suelo estaba irregular, cubierto de hojas congeladas y una fina capa de nieve que crujía traicioneramente bajo sus botas, delatando su paso. El frío calaba en los huesos, la humedad penetraba su ropa fina de casa. Pero las ganas de escapar y sobrevivir eran mucho más grande que cualquier cosa. Era la adrenalina más pura, la necesidad animal de seguir viviendo.
Ella sabía que Horus había llegado. Había sentido la electr