Ahmed no estaba tranquilo. La calma exterior que había mantenido para Elena se había roto, dejando ver el espejo de su mente retorcida. Se pasó el día caminando de un lado a otro, mirando el horizonte, esperando a que Senay llegará a su lado. El sol de California no calentaba el frío que sentía en el pecho, un hueco que solo podía ser llenado por la posesión de Senay.
En su cabeza, el plan de usar la prensa y el informe manipulado era infalible. Ella debía entender que el único que estaba de su lado, el único que la amaba y la protegía, era él. Horus era el villano, el infiel, el asesino de su hijo. Pero era Senay quien no entendía la verdad. El hecho de que ella no lo hubiera llamado, que no hubiese buscado refugio en sus brazos después de ver el escándalo de Horus, era un fracaso personal que no podía aceptar.
—No, no lo ves. Él te miente, Senay. Yo te di la verdad, te di mi corazón. ¿Por qué no lo ves? —hablaba solo en voz alta, argumentando con una Senay imaginaria que permanecía