El tiempo no era un aliado, sino un tirano para los Arslan. La boda, fijada para dentro de dos semanas, había sumido la mansión de Bel-Air en un estado de histeria planificada. Dilara Arslan, aferrada a su posición de matriarca y ahora amenazada por el ultimátum de su esposo, había centralizado la planificación, aunque se veía obligada a coordinar con la tradicionalista familia Hassan a través de videollamadas tensas y llenas de protocolos. Para ella, el evento era una demostración de poder; para los Hassan, era la reafirmación de su inquebrantable linaje.
Horus, ajeno al frenesí de los detalles florales y el cáterin, se mantenía en la periferia, dedicado a las maniobras financieras para blindar sus activos antes del matrimonio. Sin embargo, su padre, Set Arslan, sabía que la estrategia por sí sola no bastaba para una familia como los Hassan.
Una tarde, Set Arslan, un hombre que rara vez mostraba emoción pero que vivía anclado en el honor de su apellido, convocó a Horus a su estudio p