La mansión Hassan, conocida por su sobria elegancia durante el día, se había transformado en un lienzo de pasión y tradición para la Kına Gecesi, la Noche de Henna. El gran salón de baile ardía con la iluminación rojiza de las velas y las lámparas de cristal tallado. Los tapices de terciopelo carmesí colgaban de las paredes, y el aire era denso con el aroma dulce y especiado de la henna, mezclado con notas de rosas y almizcle. Las invitadas, la élite de Estambul y la delegación de California, vestían sus mejores galas, un espectáculo de alta costura y joyas ancestrales.
Dilara Arslan se movía entre el gentío, una figura imponente en un traje de gala de color azul profundo que contrastaba con los rojos y dorados del entorno. Llevaba la bolsa de seda con las monedas de oro Arslan, un peso físico que representaba la seriedad de su papel. A su lado, Hadiya Demir, enfundada en un caftán de seda dorada de diseñador, observaba cada interacción, cada susurro, con la intensidad de un halcón. H