Senay se quedó de piedra. La presencia de Ahmed allí, en el apartamento de seguridad de Horus, era una violación tan grande como su propia declaración. Su mente trabajaba a mil por hora, buscando una explicación lógica, pero solo encontraba el miedo. ¿Cómo había entrado? ¿Había seguido a Horus?
—¿Qué verdad, Ahmed? Sal de aquí ahora mismo —exigió Senay, aunque su voz tembló ligeramente.
Ahmed, que estaba tranquilo y pálido, hizo exactamente lo contrario a irse. Se acercó a la mesa de centro, donde todavía quedaban restos de la felicidad matutina, y la miró con una intensidad desmedida. .
Ahmed estaba armado, pero no con un objeto físico, sino con algo mucho más peligroso: no para hacer daño físico, sino emocional. Su determinación para destruir la confianza y la relación que tenían Horus y Senay era tan enferma que se atrevería a cualquier cosa.
—La verdad de por qué perdiste a nuestro bebé, Senay. Una verdad que el monstruo de tu marido te está ocultando —dijo Ahmed, con la voz rota