Horus regresó a las pocas horas, visiblemente apurado y de mejor humor, esperando encontrar a Senay en el mismo estado de enamoramiento en el que la había dejado. Entró al apartamento y cerró la puerta.
—Cariño, estoy de vuelta. El inversor...
Se detuvo en seco. Senay no estaba dibujando ni mirando por la ventana. Estaba sentada en el sofá, con la espalda recta, y en sus manos tenía la carpeta de papel marrón. Sus ojos, enrojecidos e hinchados por lágrimas recientes, estaban fijos en él.
La atmósfera idílica se había disuelto, reemplazada por un frío que no tenía nada que ver con la nieve exterior.
—Horus —su voz era apenas un susurro que logró perforar su euforia.
Horus se acercó, la preocupación borrando su sonrisa.
—¿Qué pasa? ¿Qué tienes ahí?
Senay alzó la mirada, y en sus ojos había una mezcla devastadora de dolor, duda y acusación. Ella con lágrimas en los ojos le preguntó si ella sabía que su aborto había sido provocado.
—Respóndeme con la verdad, Horus. ¿Sabías que nuestro be