La noche había caído sobre Manhattan, envolviendo la ciudad en el frío cortante del invierno, pero dentro del lujoso apartamento, el calor de la chimenea y la anticipación de la noche creaban una atmósfera vibrante.
Senay se veía hermosa. Cuando salió del vestidor, Horus sintió que su respiración se detenía. Había conseguido un vestido espectacular, tal como se lo había prometido a sí misma. Era largo, de un color azul medianoche profundo que hacía resaltar su piel y el brillo de sus ojos. El corte era elegante y moderno, pero con un toque clásico que la hacía parecer una reina. Llevaba el cabello recogido con sencillez y unos pendientes discretos que brillaban con la luz.
Ella estaba radiante, y Horus lo sabía. La tristeza que había ensombrecido su rostro en Malibú había desaparecido, reemplazada por una luz que parecía salir desde dentro. .
Horus, por su parte, vestía un esmoquin clásico, que acentuaba su figura alta y su porte imponente. Cuando ella se acercó a él, él le ofreció el