Los malditos rayos de sol que se colaban por la ventana de la habitación de Gaby, anunciándole un nuevo día y también, comenzando a molestarlo. Su despertador todavía no había sonado y eso quería decir que era más temprano de lo que se acostumbraba a levantar y de ninguna manera iba a hacerlo antes. Refunfuñando por haber olvidado de cerrar bien la ventana y apretando con fuerza los ojos, alcanzó las sábanas y se tapó hasta la cabeza. Cinco minutos más tarde suena el bendito despertador, vociferando en voz alta para que equivocadamente lo escuche el sol conforme apaga el despertador de un manotazo. Respira tres veces, tratando de que el mal humor no lo alcance, una vez calmado, tira las sábanas a un lado. El hombre tiene una forma muy particular de dormir, eso quiere decir que duerme como Dios lo trajo al mundo, completamente desnudo.
Mira hacia abajo y ve que su mejor amigo estaba más despierto que él.
—Genial, y yo que siempre me despierto solo.
De un salto sale de la cama, camina hacia el baño y se adentra en la ducha. Después de veinte minutos de venta con una toalla envuelta en las caderas y con otra secándose el pelo. Cuando termina, tira ambas toallas sobre una silla que tiene en un rincón de la habitación, camina hasta el armario, busca un bóxer, una camiseta gris humo, unos vaqueros y su infaltable cinturón de tachas. Luego de tomar su chaqueta de cuero negra, se apresura a salir y subir a su Tahoe negra, dejando su Harley Sportster para otra ocasión. Antes de poner en marcha la camioneta, enciende el estéreo y la estridente música de Radiohead con su canción “Creep” comienza a repercutir. Venta en dirección a su primera parada antes del trabajo, su cafetería favorita en busca de su infaltable café. Al llegar al estacionamiento de la estación de policía, se dirige directamente a su lugar de estacionamiento, muy seguro y como viene, va a su lugar, pero casi se estampa contra una Ducatti Streetfighter. Frenó a centímetros de ésta. La jodida motocicleta estaba en su lugar.
Maldiciendo al desconocido dueño de semejante moto ya cualquiera que se empeñe en cagarle el día, busca otro lugar para aparcar. El cual consigue muy lejos de la entrada. Sale de la Tahoe murmurando inadecuados y jurando romper la nariz del idiota que osó ocupar su lugar, porque ese es su lugar desde el primer día que empezó a trabajar allí.
— ¿De quién m****a es la Ducatti que está ocupando mi maldito lugar? —vocifera en cuanto puso el primer pastel dentro de la estación de policía.
—¿Qué pasa, Medina? ¿Otra vez resaca? —se burla López.
— No, idiota, me levanté de muy buen humor hasta que llegué aquí y me encontré que algún idiota aparcó en mi lugar.
—Ni idea, Medina.
— ¿Qué pasa, princesa? —aguijonea Ian acercándose a ellos.
—No jodas, querubín.
En ese momento, la puerta de la oficina de su jefe se abre y sale una mujer de cabello negro con un mechón rojo y flequillo, unos grandes ojos celestes, los cuales tenía pintados de negro y hacían sus pestañas más exuberantes de lo que ya parecían que eran, una boca carmesí voluptuosa y un cuerpo delgado, pero con curvas. La mujer llevaba puesta una camiseta negra con una pequeña calavera en el centro del pecho, pantalones ajustados de cuero negro, un cinturón de tachas medio suelto y unas botas también negras con plataformas.
— ¿Quién es ella? —articula sin poder ocultar su curiosidad.
—La mujer de Drácula —responde Ian riendo, provocando que López le frunca el ceño, sin embargo, Gaby deja escuchar su carcajada.
—Cuidado, es la hija del fiscal —le hace saber López.
—Y ¿qué hace aquí? —indaga Gaby.
—La derivaron del “GEOF”, ahora es nuestra compañera y viene acomodada.
—Genial, lo que nos faltaba, que nos estén tocando el culo —masculla Ian.
—Hey, esa se parece a la gemela de Medina —suelta Lombardo, uno de los superiores conforme se acerca a ellos.
—¿De qué mierdas hablas?
—Vamos, es igual a ti, pero sin pene.
—Es verdad —interviene Ian—. Se viste como tú.
—Yo no visto así —refunfuña el morocho.
—¿El cinturón lo compraron en oferta? —broma López.
—Dos por uno en la feria del barrio —secunda Lombardo.
—No me había dado cuenta del cinturón —Ríe el rubio.
—Pueden cerrar sus estúpidas bocas y decirme de quién m****a es la espantosa Ducatti que está ocupando mi lugar del estacionamiento? —grita el morocho, perdiendo los papeles.
—Es mía —Las risas paran al instante al escuchar la voz femenina.
—¿Qué?
—La espantosa Ducatti es mía —repite la joven.
Gaby la observa de arriba abajo sin ocultar su molestia.
—Está en mi lugar. Correla —ordena.
Ya no tenía ganas de ver lo hermosa que era la mujer que hace un rato había salido de la oficina de su jefe y le había gustado, ahora estaba enfadado y peor lo ponía ver como la mujer lo miraba con los brazos cruzados y elevando una ceja con aire sobrador.
—¿Y por qué debería hacerlo?
—Ya te dije, “chica vampiro”, está en mi lugar —Después que le dijo el apodo en referencia a lo que la había apodado Ian, quiso golpearse en sus partes bajas por ser tan estúpido y fue peor cuando escuchó las exclamaciones murmuradas de sus compañeros y como aguantaban sus risas.
—Chica vampiro —repite la joven pasando su dedo por la barbilla—. ¿Sabes qué? Si quieres sacar la moto de ahí, tendrás que hacerlo tú mismo —Se toma unos segundos antes de continuar—. En estos momentos estoy ocupada —Recorre con la mirada a los presentes—. ¿Alguien podría decirme dónde están “evidencias”?
—Yo te muestro, muñeca —se apresura uno.
—Gracias —dijo eso gira sobre sus talones y sale de la vista de Gaby y sus compañeros.
En cuanto desapareció todos soltaron las carcajadas que tenían atoradas.
—Baboso —masculla Gaby.
—Me hace acordar a Lina —comenta Ian.
—No se parece en nada a ella —refuta el morocho—. Además, Lina no tiene tan mal gusto por vestirse.
—El carácter es parecido, hay que reconocerlo —Observa el cinturón de su compañero—. Mal gusto, ¿eh?
—Idiota —espeta dándole la espalda.
—¿A dónde vas?
La contestación de Gaby fue mostrarle el dedo medio, a Ian ya cualquier otro que quisiera verlo.