Capítulo 39

Cuando se da cuenta que la canción está a punto de terminar, se apresura para volverla a poner. Sofi da un respingo del susto y la sorpresa, pero se recompone con rapidez al ver que se trata de Ian, aunque se sonroja al darse cuenta de que la había escuchado cantar. Quería convertirse en alguna especie de mutante y teletransportarse a otro lugar para no escuchar lo que sería, de seguro, sus burlas, sabe que Ian pasó mucho tiempo con Gaby, así que debe tener el mismo humor negro o, al menos, parecido, ya que para ella es difícil que alguien pueda igualar el humor del morocho.

—Ian…

—Sigue cantando… Por favor —le pide y hasta casi le ruega con los ojos.

—No…creo —balbucea, sonrojándose más.

—Por favor. Mientras te ayudaba con el desayuno.

—Bien, pero no me ayudas, no quiero ensuciar tu meticulosa cocina.

—Si piensas que esto así por mí, estás equivocada. Viene una mujer a limpiar; este lugar se mantiene porque no paso nada de tiempo aquí.

La música vuelve a sonar acoplada a la dulce voz de Sofi conforme ambos se disponen a terminar con el desayuno. Poco antes de que la canción acabe, ellos se acomodaban para desayunar.

—Pronuncias muy bien el italiano —Sofi asiente con timidez—. Es una bella canción.

—Sí, lo es. Me la cantaba mi madre cuando era una niña.

—¿Hablas italiano? —indaga el rubio queriendo saber todo de ella.

—Sí, mi padre era italiano y yo viví toda mi infancia allí.

—¿Tus padres siguen en Italia?

—No. Ellos fallecieron.

—Lo siento, no quise ser…

—No te preocupes —le interrumpe dedicándole una sonrisa—. No lo sabías, además, pasó hace mucho tiempo.

—Cuéntame del niño que vas a adoptar…bueno, si quieres —Decide cambiar la conversación, aunque no estoy muy seguro si era un buen tema para abordar.

—Me lo van a entregar en un par de días —cuenta con ojos soñadores—. Hace más de un año que comenzó a luchar por él, al fin ya llegó —Suspira e Ian la i***a a que le cuente más sobre el niño—. Se llama Mateo y tiene nueve años, pero desde los cinco años que está en el hogar y es ahí donde lo conocí —Hace una pausa y su rostro se torna un poco triste—. Su madre murió poco tiempo después a que él naciera; era una adicción. La encontraron una tarde en el sofá de su casa sin vida, con jeringas, cocaína y no sé qué más sobre la mesita de café. Mateo estaba llorando en su cuna, pasaron horas así, hasta que una de las vecinas logró entrar forzando la puerta. Él estaba todo sucio, su pañal casi suelto de la suciedad, con hambre y casi morado de tanto llorar. La vecina lo llevó a su casa hasta que el padre volviera “supuestamente” de trabajar…

—¿Por qué “supuestamente”? ¿No crees que haya estado trabajando?

-No; También era un adicto. De seguro su trabajo era robar, así que, no; Para mí no estaba trabajando.

—Si no quieres hablar de eso, por mi está bien.

—Quiero contarte —Toma una profunda bocanada y prosigue—: Cuando el padre volvió, se encontró con la policía y médicos en su casa, la vecina le contó lo que había pasado y parece ser que él quiso levantarle la mano a la mujer por haberse metido en su domicilio —Mueve la cabeza de manera desaprobatoria—. Con el correr del tiempo, ésta misma vecina le hizo varias denuncias por maltrato familiar; Decía que le pegaba al niño y lo encerraba en el baño para así él pudiera salir a “trabajar” o cuando salía en las noches. También cuando llevaba a alguna mujer a la casa, Mateo se la pasaba casi todo el tiempo dentro del baño —Una lágrima cae, pero con velocidad se la limpia y sigue con su relación—. Mateo tenía unos platitos con agua y cereales como si fuera un perro, la mamadera con leche vieja y dormía en un felpudo en el suelo del baño. La vecina estaba indignada, no podía probar lo que le hacia el hombre, cuando la policía iba a la casa, se la rebuscada para limpiar el lugar y que todo pareciera normal, hablaba con algunas de las mujeres con las que se acostaba y atestiguaban que ellas cuidaban al niño cuando él trabajaba y que era mentira todo lo que decía la vecina. Todas decían que era un gran padre. Un día ella compró unas cámaras, había ahorrado por mucho tiempo para eso y poder meter a la cárcel a ese hombre o, al menos, poder sacar la criatura. Colocó las cámaras en la sala, el baño y el dormitorio que supuestamente seria de Mateo, el cual nunca estuvo ahí desde que su madre murió. Aguantó una semana más los llantos de Mateo y los gritos del hombre cuando él lloraba o cuando llegaba drogado y ni siquiera quería escucharlo respirar. Después llevó todo a la justicia, corriendo el riesgo de que la metieran presa por invasión a la privacidad, pero el juez al ver las pruebas priorizó el estado del niño. Poco después le sacaron a Mateo y lo metieron en la cárcel. Mateo estaba desnutrido, sucio, todo su cuerpo tenía costras, su piel con hematomas y tenía piojos; estaba a punto de morir, pasó sus primeros años, sin comer bien, sin tener una buena higiene —Otra lágrima vuelve a hacer su recorrido por la mejilla e Ian se levanta para ir a su lado.

Él también estaba teniendo una guerra interna con las lágrimas y la rabia que le estaba causando lo que estaba escuchando, quería ir a buscar al imbécil ese y cagarlo a trompadas por hijo de puta y no le importaba si estaba en la cárcel o no, igual le quería hacer lo mismo que le hizo a su propio hijo por años.

—Shuu… No llores —le susurra al oído.

—Ahora ya está bien —entona separándose un poco de él conforme el rubio le limpia las lágrimas—. Hace cuatro años que lo cuido lo mejor que puedo mientras él está en el hogar y yo aquí. Pero ahora lo voy a cuidar mucho mejor, ahora estará tiempo completo conmigo.

—Y harás un gran trabajo, estoy seguro de eso —murmura contra su boca para luego depositarle un beso dulce, un beso de reparación—. Perdóname. Me comporté como un idiota… Lo siento —Apoya su frente en la de ella cerrando los ojos.

—No tiene importancia.

—Sí tiene importancia —Suelta separándose de ella—. Y voy a pagar por mi error. Voy a ayudarte con Mateo, en lo que necesites —segura.

—No tienes que pagar nada, Ian, en serio, no es tu obligación.

—No es mi obligación, es verdad, pero yo quiero hacerlo, quiero ayudarte —Acuña su rostro—. Déjame ayudarte.

—Está bien —acepta, enamorándose más de él.

Lo que Sofi no sabe, es que la debilidad de Ian son los chicos y más cuando necesitan de alguien. En su trabajo cuando la justicia interviene por algún maltrato o algún caso que le toca, él no se queda tranquilo hasta que les daba una mano, ya sea con dinero o buscar algún lugar digno para ellos. Y con lo que le contaba a Sofi, quería ayudar a ese niño, tanto por ella como por el niño.

 

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