—¿Puedo hacerte una pregunta? —habla Mateo cuando el morocho lo hace subir de nuevo al jeep para llevarlo a casa.
—Por supuesto —responde el morocho acomodándose en el asiento del piloto, con el cuerpo girado hacia el niño y un brazo sobre el volante.
—¿Tu dejaste así de golpeado al hombre que lastimó a mi mamá? —quiere saber el niño.
El morocho lo observa por unos segundos no sabiendo bien qué responde; él no lo había mandado al hospital al tipo ese, había sido Ian quien es el padre de corazón de Mateo, es decir, el padre de corazón de Mateo mandó al hospital al padre biológico de Mateo. ¿Cómo se supone que debería responder a eso? ¿Debía decir la verdad o solo evadir como hace la mayoría de las veces?
—Te voy a responder a esa pregunta si tu antes me responde a mí, ¿de acuerdo? —articula el morocho.
—De acuerdo.
—¿A ti te duele o te molesta que hayan mandado al hospital a tu padre? Porque no olvidemos que es tu padre biológico —señala el morocho.
El niño agacha la mirada sospesando su respuesta.
—Me duele un poco, pero más me duele que haya mandado a mi mamá al hospital golpeándola de esa manera… fue algo extraño cuando lo vi en el ascensor…
— ¿Y cómo sabes que es él tu padre?
El niño se eleva de hombros como quitando importancia.
—Un presentimiento y puede que un poco de deducción —contesta el niño con inteligencia.
—Yo no fui quien lo tocó hasta mandarlo al hospital —El morocho responde aquella primera pregunta.
—¿Fue Ian? —pregunta en voz baja.
El morocho oriental con la cabeza y Mateo baja la vista.
—Ian hará cualquier cosa por ti y por tu madre, los ama a ambos —Gaby coloca una mano en el hombro del niño—. ¿Te duele que haya sido Ian quien golpeó a tu verdadero padre?
—No —niega el niño—; él envió a mi mamá al hospital, se merecía una buena golpiza y, para ser sincero, esperaba que fuese Ian, quería que fuese él quien hizo justicia por mi mamá.
El morocho sonríe de costado.
—Ian siempre va a cuidar de tu madre sin importar quien sea que se meta con ella.
—Ya veo eso —murmura Mateo.
—De verdad ¿estás bien? —se preocupa el morocho.
—Lo estoy; Quiero llegar y esperar para hablar con ellos.
—Entonces te llevo a casa.
El morocho emprende el viaje hacia la casa de Russel para dejar al niño y que se bastante todas las dudas que tiene. Al llegar a la casa, Mateo baja del auto y está por cerrar la puerta cuando el morocho lo llama.
—Niño —le dice—, escucha bien lo que tus padres te dicen, recuerda que todo lo que hagan o, aquello que te nieguen siempre será por tu bien, ¿de acuerdo?
—Ok —Mateo se gira para irse a su casa, pero antes clava sus ojos avellana en el morocho—. Gracias.
—No hay de que, niño —el morocho le guiña un ojo—. Solo compórtate.
Mateo la puerta del vehículo y se encamina hacia su casa, en cuanto estuvo adentro, el morocho arranca el jeep y sale de allí para volver al trabajo, le gusta ese niño, le gusta su espíritu y sus ganas de vivir, aunque, eso no quiere decir que le guste que haya algo cierra con su princesita como más de una vez dejó en claro Lina.
Mateo entra a su casa y, como era de esperar no hay nadie, su madre está en el resto y su padre en la estación de policía, debía esperar a que llegaran por la noche y así hablar con ambos.
Gaby en vez de ir a la estación de policía, primero decide ir a ver al malnacido que osó con golpear a Sofi hasta enviarla al hospital. Al llegar a la prisión le anuncia que se encontraba en el hospital de la misma por lo que se direcciona hacia allí. Antes de entrar a verlo, habla con el doctor de guarda.
—¿Cuánto tiempo cree que estará aquí? —pregunta el morocho.
—No lo sé, aquí no tenemos los recursos necesarios como para que tenga un buen cuidado y pueda mejorar más rápidamente.
—Es probable que mañana tenga visitas, ¿cree que está bien como para recibir gente? —pregunta el morocho, pero no porque le interesa, simplemente porque Mateo debía hablar con él.
—No lo creo —El morocho lo observa con una mirada significativa—, aunque puede que hagamos una excepción.
—Puede que necesite esa excepción parte mañana; No se preocupe, serán unos minutos nada más.
Luego de aclarar las cosas con el doctor de guarda, el morocho se dirige hacia la habitación del padre de Mateo, debía explicarle cómo serían las cosas desde ahora en adelante.
—No podrías estar en mejores condiciones —ironiza el morocho entrando a la habitación.
—¿Qué quieres? ¿Vienes a terminar lo que no terminó tu amigo?
—Nah —niega el morocho—, solo vengo a decirte que este será tu mejor día de tu puta y jodida vida.
—¿Qué quieres decir? —pregunta con temor el padre de Mateo.
—Luego de mañana tendrás que ir a uno de los pabellones —El tipo abre la boca para hablar, pero Gaby chasquea la lengua interrumpiéndolo—. No puedes escabullirte más, no podrás escapar por más tiempo de condena, además —El morocho sonríe—, en la prisión están esperando carne nueva.
— ¿Qué hiciste? —suelta el tipo la pregunta con miedo.
—Tendrás una larga y extensa estadía en la prisión, amigo. ¿Pensaste que te sería fácil estar aquí? Pues te equivocaste, nadie se mete con nuestra familia —El morocho le guiña un ojo y sale de allí sin darle la oportunidad a decir nada.
El hombre estaba resignado, sabía que no iba a pasarla bien en prisión, pero lo peor es que era consciente de que la iba a ser su infierno y todo gracias a meterse con Sofi, su peor error había sido enviar a la madre de corazón de Mateo al hospital, su peor error había sido metere con la familia de Sofi.
Mateo espera ansioso a que sea la hora para que Sofi e Ian lleguen a casa, debe hablar con ellos, debe decirle que sabe todo, aunque primero dejará que ellos le cuenten.
—Mateo, ¿qué haces dando vueltas por la casa? —indaga la abuela al encontrar yendo de un lado a otro, merodeando por toda la planta baja de la casa.
—Nada, solo espero a mis padres —se limita a responder.
—¿Hay algo importante que quieres hablar con ellos? —indaga la abuela arrugando la frente al notar que estaba más raro de lo normal.
—De hecho, sí, hay algo importante que debemos hablar.
—¿Y puedo saber de qué se trata? —interroga a la abuela.
—Prefiero hablar cuando ellos lleguen —responde el niño pidiendo disculpas con la mirada.
—Bien; el menos dejar de ir y venir que pones de los nervios —esboza la abuela.