A la mañana siguiente, el niño se levanta y se va a desayunar como todos los días, a Sofi se notaba la tristeza, una tristeza que Mateo no podía curar, aunque sabía cuál era el motivo, sin embargo, no podía decir nada al respecto hasta que ella decidiera hablar.
—Buenos días —saluda Sofi mostrando una sonrisa.
—Buenos días —dice el niño.
— ¿Cómo dormiste? —se interesa la castaña.
—Bien —contesta el niño elevando los hombros con despreocupación—. ¿Hoy quién nos va a buscar a la escuela?
—Todavía no sé, creo que le tocaba a Lina también, ¿por qué preguntas?
—Por nada, solo era por curiosidad —miente le niño—. Mejor me apresuro antes de que venga Lina a buscarme.
Sofi se lo queda observando un momento, el niño no tenía problemas con Lina, pero tampoco tuvo problemas con quien fuera a buscarlo, jamás había preguntando y, de alguna manera le parecía raro, no obstante, solo lo deja pasar.
A la salida de la escuela, Mateo corre hacia afuera ignorando por completo a sus amigos, él solo llegar quería con aquella persona que le había dicho que la pasaría a buscar. En cuanto salió y vio el jeep afuera, sin querer, su sonrisa se hizo notar. Se apresuró a llegar hacia él, aunque su emoción terminó cuando vio a Aye llegar dos segundos antes que él.
—Hola, mi princesa —articula el morocho sosteniendo en brazos a la niña.
—Hola tío, no sabía que te tocaba a ti hoy.
—Fue algo de último momento —esboza mirando a Mateo llegar a ellos—. ¿Cómo estás, niño?
—Bien —se limita a responder.
—Ok, ¿vamos? —insta el morocho. Luego de subir y hacer rugir el jeep, Gaby decide hablar—. Hoy te dejo primero a ti, princesa —le avisa a su sobrina de corazón.
—¿Por qué? —pregunta la niña.
—Porque debo hacer algunas cosas y me queda más cerca la casa de Mateo a donde tengo que ir.
La niña acepta esa contestación, aunque no muy contenta, le gustaba viajar con su tío de corazón, pero si él debía trabajar, sabía que no debía interponerse.
Luego de dejar a la niña, el morocho se dirige hacia una heladería, Mateo lo observa con una ceja elevada y el morocho solo se levanta de hombros mostrando una sonrisa de costado.
—Si tardo mucho mi madre va a preocuparse —le hace saber el niño.
—por ¿quién me tomas? Ya le avisé que saldríamos a dar una vuelta antes de volver. Algo de hombres —esboza guiñándole un ojo.
—Si tu lo dices —responde el niño.
Ambos entran en una heladería, piden y luego se acomodan en una mesa para poder charlar.
—Entonces —comienza el morocho—, ¿sobre qué querías hablar?
—Sobre mi padre y cómo la mandó al hospital —responde sin más.
El morocho, se queda por unos segundos procesando lo que el niño había dicho, no entiende cómo es que sabes de aquello, hasta que quizás, comprende más de lo que quiere.
—No te dijeron que no debes escuchar conversaciones ajenas? —cuestiona el morocho elevando una ceja.
—No a propósito, fue un accidente —se defiende el niño.
— ¿Qué sabes, Mateo? ¿Qué escuchaste?
—Escuché que mi padre mandó al hospital a mi madre de corazón. Él fue quien la tocó de esa manera, lo que no sé es el por qué.
— ¿Y eso es lo que hacemos aquí? —indaga el morocho.
—Algo así —responde el niño bajando la mirada.
—Explícate, niño —exige el morocho.
—Quiero hablar con él…
—No puedes —se limita a decir el morocho.
—¿Por qué no? Tengo derecho a verlo.
—¿Por qué quieres verlo? —pregunta el morocho.
—Quero preguntarle por qué lo hizo, por qué envió a mi madre del hospital… quiero saber qué es lo que quiere.
—¿Solo eso? —cuestiona el morocho elevando una ceja.
—Y quiero decirle que no vuelva a acercarse a mi madre o lo va a lamentar —contesta con los dientes apretados.
—¿Sabes que amenazar a una persona es un delito? —le pregunta el morocho con intención.
—No es una amenaza, Gaby, ni él ni nadie va a meterse con mi madre, con mi familia.
El morocho sonríe de forma placentera, ese niño era más de lo que esperaba, no le agradaba mucho que se metiera con su sobrina, pero era una persona digna.
—No puedo llevarte con él, lo siento.
—¿Qué? ¿Por qué no?
—Porque primero debes hablar con tu madre respecto a esto, dile lo que escuchaste o espera a que ella te lo cuente…
—Ella tiene miedo de lo que yo pueda sentir, del dolor que pueda sentir —comenta con rabia.
—Todos tememos a algo, ella teme el lastimarte, ¿la puedes culpar?
—No —murmura el niño—, pero… debe contarme y debo hacer algo para protegerla.
—Mateo, ella tiene toda una estación de policía que de ahora en adelante la protegerá, sin contar con toda su familia —argumenta el morocho.
—Sabes a lo que me refiero.
—Lo sé y por eso te voy a decir que antes de hacer cualquier cosa, hables con tu madre —El niño baja la mirada con decepción—. Escucha, habla con ella, cuando lo hagas me vuelves a llamar y te llevo a verlo para que le digas todo lo que quieras, ¿estamos de acuerdo?
El niño acepta, aunque no muy contesto, pero no le quedaba de otra, Gaby tenía razón, si quería ayudar a Sofi o protegerla, debía hablar con ella primero.
—Hoy haré que me hable sobre esto y mañana me llevas a verlo, ¿es un trato? —suelta el niño.
—Habla con tu madre y yo, personalmente, te llevo a verlo y te desahogas.