EL CONTRATO

[DANE]

Cuando Keira me habló de un contrato, en mi mente imaginé algo informal: un papel escrito en la computadora, unas cuantas reglas, un par de firmas que dieran a entender que nos comprometíamos a cumplirlas y ya. Pero definitivamente me equivoqué.

El documento que estoy leyendo es un contrato en toda regla. Tiene un preámbulo donde figura la fecha de hoy, nuestros nombres, el tipo de acuerdo, la razón por la cual se celebra y cuáles son sus objetivos. Sonrío al leer la frase: “conseguir que Mauricio Rinaldi y Salma Fernández den por terminado su contrato matrimonial”.

«Solo espero que nadie nunca lea este contrato», pienso, y sigo leyendo.

Realmente pensó en todo. La siguiente parte del contrato detalla las obligaciones, que incluyen pretender ser una pareja por un período máximo de cuatro meses y un plazo de dos semanas de anticipación en caso de querer romper el acuerdo. Después menciona el famoso anexo A, donde están listadas las reglas para llevar a cabo nuestra farsa. Paso rápido las demás cláusulas y voy directo a esa página.

“Anexo A”, leo, y me sorprende encontrar una lista de diez reglas para que nuestro contrato se lleve a cabo:

Pretender ser pareja ocurrirá solo en momentos donde sea necesario para que los individuos mencionados previamente crean que la relación entre ambas partes es real.

Ninguna persona en el entorno de ambas partes mencionadas en este acuerdo puede enterarse de este contrato con el fin de evitar que la información se vea comprometida, esto incluye familiares y amigos.

Los recursos que pueden ser utilizados para formar parte de este engaño incluyen: besos, caricias y juegos de seducción, siempre y cuando sea necesario para hacer que la relación parezca real.

Las relaciones íntimas entre ambas partes de este contrato no forman parte de los recursos necesarios para mantener el engaño.

«Podría haber puesto “nada de sexo” y ya», pienso, y sonrío por dentro antes de seguir leyendo.

En caso de ser necesario, ambas partes pueden pretender vivir juntas y llevar algunas pertenencias al sitio acordado.

«¿¡Qué!?»

Dada la circunstancia en la que ambas partes deban compartir un lugar en común durante alguna noche, dormirán en camas separadas o, en el peor de los casos, en sitios alejados uno del otro.

«¿Hay algo que se le haya olvidado?»

Durante el término del contrato, ambas partes tienen terminantemente prohibido mostrarse en sitios públicos con una persona con la cual puedan estar teniendo una relación sentimental, así sea algo pasajero.

En caso de no cumplirse el objetivo del contrato en el tiempo estipulado, deberán dar por terminado el contrato de una manera en la cual ninguna de las dos partes se vea afectada.

Si el objetivo del contrato se cumple antes del tiempo establecido, el mismo se podrá romper de igual manera a la que se mencionó en el punto número ocho.

Si por algún motivo alguna de las reglas mencionadas se incumple, se tomarán medidas acordes al tipo de incumplimiento y sus consecuencias.

—¿Has terminado de leer el contrato? —escucho que pregunta ella, y al voltear la veo salir de la habitación y caminar hacia mí.

—¿Cuánto tiempo estuviste escribiendo este contrato? —pregunto, todavía bastante sorprendido por todos los detalles que tiene.

Vuelve a sentarse frente a mí y sonríe.

—Anoche, cuando llegué de la boda, me puse a redactarlo. Me habrá tomado unas dos o tres horas, quizás —explica como si no fuera gran cosa.

—Está muy detallado —comento, y ella hace un gesto pensativo.

—En realidad ni tanto. Podría haber sido un poco más clara en qué momentos será necesario un beso o ese tipo de cuestiones —dice, y su tono de empresaria sale a relucir como nunca.

Sonrío de lado, sin apartar la mirada de la suya.

—¿Lo dices por lo de anoche? Lo siento, pero creo que teníamos que hacer que nuestro teatro fuera bien convincente —me defiendo.

—Y estuvo bien, realmente era necesario. Pero deberíamos tener algún tipo de gesto o señal antes de que eso vuelva a ocurrir, ¿no crees? —propone, y eso sí que no lo esperaba.

—Creo que se darían cuenta, ¿no? —respondo, y ella me mira con una leve sonrisa.

—Tienes razón. Además, creo que somos dos adultos y podemos distinguir cuándo es necesario y cuándo no, ¿no? —menciona con un tono bastante particular, y yo solo asiento.

—Entonces, ¿tienes alguna duda del contrato? —pregunta, retomando su pose de empresaria.

—Realmente no, creo que todo está muy claro —admito, y hago una pausa—. Lo único que sí me preocupa un poco son nuestras familias.

—Ellos no se enterarán de nada, a menos que sea extremadamente necesario y tengamos que fingir frente a ellos también —responde, y eso me da un poco más de tranquilidad, porque no me agrada mucho la idea de que crean que tengo una relación con la hija de Gabriel Olavarría.

—Perfecto. Entonces, ¿dónde firmo? —pregunto.

Ella se pone de pie, se coloca a mi lado y, inclinándose un poco, desliza el documento en la tablet hasta llegar a la última página.

—Aquí —señala.

—No me demandarás, ¿no? —bromeo antes de firmar, y reímos.

—Claro que no. La idea es que ellos se divorcien, no que tú termines en la cárcel —responde con humor.

—Entonces, vamos a ello —sentencio.

Tomo el lápiz para tablet y firmo este documento que, al parecer, se convertirá en mi guía de vida durante los próximos meses.

—Solo escribe tu dirección de correo electrónico aquí y te enviaré una copia. Y, como ya leíste antes, nadie puede enterarse de esto —me recuerda.

—Lo sé, no te preocupes, yo tampoco quiero que nadie lo sepa —aseguro. En realidad, nada de esto me enorgullece, pero a esta altura ya no quiero seguir cuestionando si es correcto o no.

—Perfecto. Entonces, ahora solo queda poner en marcha el plan —dice, mientras me envía el contrato por correo.

La escucho y no puedo evitar preguntarme a qué se referirá exactamente. De cierta manera, ella es quien sabe dónde y cuándo podemos cruzarnos con ellos dos.

—¿Y eso sería…? —pregunto con interés.

Keira me sonríe de una manera extraña y empiezo a sospechar que está planeando algo que tal vez no me guste demasiado.

—Irnos de compras —sentencia.

—¿Disculpa? —digo, y ella ríe.

—Es hora de cambiar tu apariencia —declara.

—Eso no está en el contrato —me quejo.

—Lo sé, pero son pequeños detalles que harán todo más fácil. Creí que ya te lo había explicado antes —comenta, y lo único que puedo hacer es respirar hondo.

—Solo la ropa —negocio.

—Por supuesto. Tu cabello y esa leve barba están perfectos —responde, y no puedo evitar sonreír.

—Es bueno saberlo —rebato, divertido.

Ella me mira como analizándome, y no termino de entender si eso es bueno o malo.

—Dane, tienes todo lo que hay que tener. Solo hay que hacer que se vea mejor —dice sin rodeos, y sus palabras realmente llaman mi atención.

—Supongo que debería decirte gracias, ¿no? —pregunto, divertido.

Keira niega con la cabeza.

—Para nada. Solo debes levantarte de esa silla y venir conmigo —ordena, haciéndome reír—. Iré por mi bolsa y nos vamos.

—¿Ya?

—Ya. No creas que tenemos tiempo que perder —responde.

Si hay algo que voy descubriendo de ella es que, cuando toma una decisión, no duda.

—¿Siempre eres tan decidida con todo? —le pregunto cuando, unos minutos después, vuelve con su bolso, que combina a la perfección con la ropa que lleva puesta.

Se acerca un poco más, me mira a los ojos y sonríe.

—En esta vida debemos ser decididos, si no, cualquier corriente nos arrastrará hacia donde no queremos ir —explica.

Por alguna razón, su frase se me queda grabada.

—Me gusta —digo firme.

—¿Qué cosa? —pregunta, con genuina curiosidad.

—Lo que has dicho. Vamos entonces a hacer que este teatro se ponga más interesante —sentencio.

Ahora soy yo quien se aparta de la mesa, con la clara intención de salir de esta suite donde acabamos de darle comienzo, de manera formal, a este contrato cuyo objetivo es poner fin al contrato matrimonial entre nuestras exparejas.

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