LA REUNION

[DANE]

Al día siguiente

Después de que mi mundo se derrumbara por completo ayer, salir de la boda e irme a dormir plácidamente a mi departamento no era una opción. Terminé en un bar, llenándome el cuerpo de alcohol e intentando que eso fuera suficiente para hacerme olvidar lo que había pasado. Las palabras que me dijo Salma siguen ardiendo como una herida abierta a la que le echas alcohol.

«¿Cómo pudo hacerme esto? No lo entiendo» es la pregunta que da vueltas en mi cabeza una y otra vez.

Intentar borrar su confesión es casi imposible. “Dane, tú eres el amor de mi vida, pero el amor no siempre es suficiente”, me dijo mientras bailábamos en su boda con él.

“Si me amas, ¿por qué me engañaste con él? ¿Por qué te casaste?”, le pregunté al instante. Sus dedos acariciaron mi rostro como tantas veces lo habían hecho antes.

El recuerdo de su sonrisa me invade de nuevo e intento no caer en esa trampa mortal. “Porque él me puede dar la vida que yo sé que me merezco y tú no”, confesó. Sus palabras fueron un puñal, no de esos que te matan de inmediato, sino de los que se clavan lento. En este caso, acabaron con el amor que yo todavía guardaba por ella.

Dicen que la vida se encarga de poner a cada uno en su lugar. También existe esa creencia budista e hinduista de que toda acción tiene una fuerza dinámica que influye en las sucesivas existencias de un individuo. Una palabra lo resume: karma. Sí, quizás debería dejar que el karma actúe, o que la vida le dé su lección. Pero, por primera vez en mi vida, no quiero sentarme a esperar que las cosas sucedan. Quiero, de una vez por todas, provocarlas. ¿Y qué mejor oportunidad que la que me ofrece Keira?

El dolor de cabeza es infernal. Las ganas de quedarme en la cama sin hacer nada, aún mayores. Pero tengo una reunión con ella, y ahora que este trato ya se convirtió en algo que los dos queremos, saco fuerzas, me levanto y voy directo al baño. Una ducha, ropa limpia y algo de dignidad reconstruida a base de agua fría.

[…]

Los hoteles Artemis se distinguen por su elegancia, por ser exclusivos y hacer que sus huéspedes se sientan únicos e importantes. Caminar por sus pasillos es un deleite: cada detalle está cuidado, cada línea, cada textura. Para un arquitecto, no hay nada más hermoso que un espacio bien pensado.

Frente a mí está, otra vez, la puerta doble de madera color caoba oscuro. Los recuerdos de anoche en este mismo lugar me arrancan una sonrisa. «Dijiste que sería solo una noche», me reprocho a mí mismo. Pero claro, en mi acuerdo con mi padre y con ella no estaba contemplada la posibilidad de que yo también quisiera vengarme de alguien.

Respiro hondo, cierro la mano en un puño y golpeo dos veces la puerta. Miro el reloj. Como siempre, puntual: 9:58 a. m.

—¡Ya voy! —la escucho decir del otro lado, y su voz dulce, pero firme, vuelve a parecerme imposible de ignorar.

En cuestión de segundos, la puerta se abre y ahí está ella. Lleva un mono color beige con un corte asimétrico en la cintura que deja ver un poco de su piel levemente bronceada. La parte superior resalta sus atributos gracias a un escote perfectamente calculado.

—Hola —digo, aclarándome la garganta, y sus ojos azules se clavan en mí, recorriéndome de arriba abajo. Por un segundo me pregunto si estaré mal vestido, pero mis pensamientos se desvanecen cuando ella abre más la puerta.

—Hola. Pasa, no te quedes ahí parado —pide, y entro a la suite.

—Gracias —respondo, mientras miro a mi alrededor.

La suite fluye perfectamente con el resto del hotel. La decoración mezcla lo moderno con lo elegante, con un gusto impecable. Los muebles son sofisticados, pero cómodos. Los enormes cristales de la pared frontal dejan ver Madrid en todo su esplendor.

—Todos los hoteles de la cadena de tu familia son increíbles —comento, volviendo la mirada hacia ella.

—Que un arquitecto como tú lo diga es un cumplido que me llena de orgullo —responde con una sonrisa.

—Amé trabajar en el diseño del hotel de Barcelona, realmente tienen en cuenta cada detalle —explico.

—Artemis Hotels & Resorts no es una cadena convencional, ya lo sabes —dice, y ahí está la gerente global hablando, no solo Keira Olavarría.

—Y eso es lo que los posiciona sobre el resto. Pero dime algo: ¿tú vives aquí? —me atrevo a preguntar al notar la cantidad de cosas suyas que hay en la suite.

Ella me mira un poco avergonzada, pero luego fuerza una sonrisa.

—Digamos que hace dos meses que no puedo pisar mi pent-house —confiesa.

—¿Está en refacción? —pregunto, y niega.

—Ojalá fuera eso. Creo que es mi corazón el que está en refacción —responde, haciendo una leve pausa—. Me mudé de casa de mi padre a un pent-house cuando Mauricio y yo nos comprometimos, porque supuestamente viviríamos allí. Pero después de lo que ocurrió no pude regresar. Todo me recordaba a él y a sus falsas promesas. Luego me fui a casa de mis padres. Pasé los primeros cuatro meses ahí, pero les preocupaba verme siempre triste o enfadada, y mi hermana tampoco ayudaba mucho. Así que decidí venir aquí un tiempo. Creí que sería una semana… pero la semana ya se convirtió en dos meses —confiesa.

—Bueno, al menos no tienes que pagar la estadía —bromeo, y ambos reímos.

—Eso es lo bueno —dice, para luego mirarme un poco más seria—. Entonces, ¿sigues queriendo vengarte de ella? —pregunta, cambiando radicalmente el tono.

Asiento.

—Por supuesto. Anoche no pude contarte bien lo que me dijo mientras bailábamos —comento.

—¿Qué fue lo que dijo? —pregunta, acercándose a la mesa donde está servido el desayuno—. Ven, me lo cuentas mientras desayunamos —propone.

La sigo y tomo asiento frente a ella, cara a cara con esos ojos color mar. Me sirvo café, elijo algo para comer y sé que está esperando a que hable.

—Me confesó que yo era el amor de su vida, pero que el amor no siempre era suficiente —digo al fin.

Ella frunce el ceño, sorprendida.

—¿De verdad te dijo eso? —indaga.

—Yo tampoco podía creerlo —admito. Y cuanto más lo repito, más rabia me da.

—Eso quiere decir que realmente está con él por interés —murmura. Y por alguna razón que no termino de entender, una media sonrisa, lenta y peligrosa, se dibuja en su rostro.

—¿En qué piensas? —pregunto. Aun sin conocerla demasiado, sé que algo se está gestando en su cabeza.

Me mira fijamente y juega con su labio inferior de una manera que, en otras circunstancias, me habría vuelto loco.

—En que esto será más sencillo de lo que creíamos —responde al final. Y como ya empieza a ser costumbre, consigue toda mi atención.

—Te escucho —digo, esperando que suelte al fin lo que trama.

Da un sorbo a su café sin apartar la mirada de la mía. Cuando deja la taza sobre la mesa, vuelve a sonreír.

—Si ella aún sigue enamorada de ti, solo es cuestión de que se vuelva loca de celos… y que Mauricio se dé cuenta de cómo son las cosas —explica.

—Suena bien, pero… ¿cómo lo haremos? —pregunto.

Keira me observa como si estuviera analizándome. Después de unos segundos, se levanta, toma su tablet y regresa a sentarse.

—Lo primero que haremos será un cambio de vestuario que te haga ver como un hombre sumamente elegante, moderno y sexy —empieza a decir.

—¿Crees que me visto mal? —pregunto, un poco preocupado.

Ella ríe.

—Para nada. Te queda muy bien lo que traes —responde, señalando mi jean y mi camisa gris remangada—. Pero para que ella se vuelva loca, tenemos que lograr que te mire y quiera comerte a besos.

No puedo evitar sonreír.

—Va.

—Después, tenemos que propiciar encuentros donde, por supuesto, estemos tú y yo juntos. Viéndonos como la pareja más feliz del universo —añade mientras escribe algo en la tablet—. Créeme, te trataré como el hombre más increíble del mundo.

—Y yo a ti como la mujer más hermosa, inteligente y sexy de todas —acoto.

—Debemos tener un plan extra, por si acaso —dice con tono misterioso.

—¿De qué hablas? —pregunto, ya con muchas dudas.

—Si es necesario, le haremos creer que vivimos juntos. O que estamos comprometidos. Quizás ambas cosas —explica como si estuviera hablando del clima.

La miro sorprendido.

—¿Hablas en serio?

Su rostro responde antes que ella. No está bromeando.

«¿No se nos estará yendo esto de las manos?», me pregunto, con una mezcla de preocupación y adrenalina. Pero supongo que, si queremos que se divorcien, tenemos que jugarnos el todo por el todo, ¿no?

—Muy en serio —continúa—. No quiero que esto dure mucho tiempo. Cuanto más intensa parezca nuestra relación, más celosa estará ella y mucho peor estará él.

—Eso sí… —murmuro.

Nunca imaginé prestarme para algo así, pero la rabia que tengo dentro es demasiado grande como para pensar lógicamente, y mucho menos para distinguir lo que está bien de lo que está mal.

—Entonces, para que todo salga bien, debemos tener reglas muy claras —señala. Empuja un poco las cosas del desayuno hacia un lado y coloca la tablet en el centro—. Te presento nuestras reglas. Es un contrato sencillo, solo para que todo esto funcione. Lee con calma mientras hago una llamada importante y, si tienes alguna pregunta, con gusto la responderé.

La miro, sintiendo cómo las dudas vuelven a apoderarse de mí.

—¿Tú crees que sea necesario todo este formalismo? —pregunto. Ella asiente sin dudar.

—Ya te lo dije antes: con reglas claras, nadie saldrá mal parado. Además, anoche hubo demasiada improvisación y, si no nos ponemos de acuerdo, esto será un desastre —recuerda, levantándose de la silla.

—De acuerdo, lo leeré. Pero si no estoy de acuerdo con alguno de los puntos, no lo firmaré —advierto.

Mientras se aleja, sus movimientos se convierten en algo así como un parque de diversiones para mis ojos. «¡No la mires!», me ordeno mentalmente, volviendo la vista a la tablet.

—Si no estás de acuerdo con algo, lo corregimos y ya. Ahora sí, necesito hacer esta llamada —explica, antes de cruzar la puerta que lleva a lo que intuyo es el dormitorio y cerrarla detrás de ella.

Me quedo solo, con el contrato frente a mí y la sensación de estar a punto de cometer la locura más grande de mi vida: firmar un acuerdo para engañar a nuestras exparejas y conseguir que se divorcien.

«¿Ridículo?» Puede ser. Pero no es justo que siempre los losers, como yo —tal y como Keira dejó en evidencia con mis intentos fallidos por recuperar a Salma—, seamos los que terminamos perdiendo.

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