Habían pasado un par de días desde el parto junto al lago. La vida en el castillo Blacknight parecía respirar un aire más tranquilo, al menos en apariencia. Mya ya podía levantarse de la cama y dar pequeños paseos por su habitación, y Lyria estaba más despierta, moviendo sus pequeños brazos como si quisiera abrazar el mundo.

Aquella tarde, Liam subió a los aposentos de Mya con la intención de dejar unas flores silvestres que había recogido. Dudó frente a la puerta, golpeando suavemente.

—¿Puedo pasar? —preguntó.

La voz de Mya respondió desde dentro:

—Sí, entra.

Liam empujó la puerta y encontró a Mya de pie, meciendo a Lyria, que lloraba con fuerza. La joven madre tenía ojeras y el cabello algo despeinado.

—Parece que alguien está de mal humor —bromeó él, acercándose.

—No quiere dormir, no quiere comer, no quiere nada… —suspiró Mya—. Creo que sólo quiere pelear con el mundo.

Liam sonrió y extendió los brazos.

—¿Puedo intentarlo?

Mya lo miró un instante, algo insegura, pero luego asin