Capítulo 46. La nueva jugada
El pasillo que conducía a las celdas estaba envuelto en penumbras. El aire olía a hierro y humedad, y el eco de las botas de Soriana resonaba contra las paredes de piedra. Entre sus manos llevaba un jarro de agua fresca y un paño. La bandeja de metal rozaba contra su cadera con cada paso. No era compasión lo que la movía, sino curiosidad… y la sensación de que Joseph podía convertirse en una pieza útil para derribar a Alina.
La celda estaba en silencio cuando Soriana llegó. Joseph, sentado en un rincón con las manos esposadas, levantó la cabeza al escuchar el tintinear de las llaves. Sus ojos, de un azul tan intenso como el cielo invernal, la miraron con una mezcla de recelo y desconfianza.
—Te traje agua —dijo Soriana con una sonrisa que no llegaba a sus ojos. Se agachó para dejar el jarro y el paño en el suelo, al otro lado de los barrotes—. Supongo que nadie se preocupa demasiado por el estado de los prisioneros.
—No necesito tu lástima —replicó Joseph, con voz grave pero cansada.