Capítulo 45. La lealtad no se regala, se gana
Los corredores del castillo estaban impregnados de susurros y miradas esquivas. Desde que Soriana había visto el encuentro entre Alina y Joseph, no había dejado pasar la oportunidad de dejar caer comentarios envenenados aquí y allá, con la sutileza de una serpiente que se desliza sin ser vista.
—¿Viste cómo la abrazaba? —murmuraba una joven guerrera a su compañera, mientras limpiaban las armaduras en el patio—. No es el gesto de alguien que se ha entregado completamente a su alfa.
—Dicen que todavía siente algo por ese prisionero —respondió la otra, bajando la voz—. No me sorprendería que la lealtad de Alina no sea tan fuerte como dice.
Soriana, oculta tras una columna, observaba complacida. Su sonrisa era pequeña, casi imperceptible, pero en ella ardía la satisfacción de quien sabe que la duda es la semilla más poderosa que puede plantar en un corazón.
Más adelante, en la cocina, un grupo de soldados discutía en voz baja mientras Soriana se acercaba con paso tranquilo.
—¿Has oído lo