Capítulo 73. El sueño de la cautiva
El dolor la despertó antes de que la pesadilla terminara. Un grito ahogado escapó de sus labios cuando se incorporó, temblando. Estaba cubierta de sudor y su respiración era errática. La prisión subterránea estaba sumida en la penumbra, apenas iluminada por la rendija que entraba desde la trampilla cubierta de tierra y ramas. Se llevó la mano al bajo vientre. Dolía. Ardía como si su cuerpo supiera que debía moverse, hacer algo, escapar.
Pero lo que más la perturbaba no era el dolor físico.
El sueño.
Aún lo veía, nítido, como si hubiera sido real: una princesa de cabellos largos, casi blancos, que brillaban como plata bajo la luna. Extendía su mano hacia ella desde un claro bañado de luz. Su vestido ondeaba con la brisa, su expresión era dulce, llena de compasión, como si conociera su sufrimiento. La joven trató de alcanzarla, de aferrarse a esa salvación onírica, pero siempre despertaba antes de lograrlo.
Siempre despertaba en el infierno.
Soltó un sollozo entrecortado, y con ambas ma