No estaba volviéndome loca... Al menos no en ese sentido.
Los mareos no me estaban dando tregua. Cada mañana despertaba con la cabeza pesada, con terribles náuseas que me revolvían el estómago y con un inquietante miedo que me apretaba el pecho. Sabía lo que significaba. No necesitaba una estúpida prueba para reconocer esas sensaciones; mi cuerpo ya lo había vivido antes, años atrás, cuando…
Dios... ¿por qué ahora?
Aún es muy pronto.
Tragué saliva con fuerza. No quería recordar aquel momento oscuro que aún me desgarraba el alma.
No fui fuerte en aquel entonces; dejé que Adrik hiciera conmigo lo que quisiera. Y era precisamente ese recuerdo el que me perseguía cada vez que cerraba los ojos. No había podido proteger a mi bebé de ese monstruo, de sus golpes, de su odio. ¿Y ahora? ¿Cómo iba a proteger a un nuevo bebé cuando el simple hecho de imaginarlo me hacía temblar?
Cierto, Adrik ya no estaba en la ecuación, pero seguía atemorizándome el hecho de no ser lo suficientemente fuerte para