—Maldición, James, ¿no puedes hacerlo tú? —Me giré a ver al castaño por un momento mientras hablaba por su auricular. Parecía molesto; su ceño estaba cada vez más fruncido—. Estoy ocupado, y ese era tu trabajo... ¿Dará a luz hoy?... Joder, hermano. Solo por esta vez lo haré... Sí, sí... Idiota.
Terminó la llamada y soltó un largo suspiro.
La carretera parecía infinita. El sonido constante de los neumáticos contra el pavimento y el murmullo del motor llenaban el espacio entre Donovan y yo. No hablábamos. Después de todo lo que había pasado, parecía que ambos necesitábamos ese silencio.
Ya íbamos de regreso a la casa de Elena. Donovan estaba tenso desde que salimos de su mansión, e incluso había pedido que su equipo de seguridad nos siguiera con sigilo, solo por si acaso. Ahora, tras esa llamada, su humor había empeorado.
—¿Ocurre algo? —pregunté, solo para romper el silencio entre los dos. La verdad, la tensión estaba acabando con nosotros.
Estaba estorbando en la vida de mi mejor amig