El aire a mi alrededor se hizo más denso; no podía respirar con normalidad, mucho menos moverme. Lo único que pude hacer fue mirar, con terror, aquel par de perlas verdes que tanto daño me habían causado y que ahora parecían más que felices de verme frente a él.
Sintiendo el teléfono que Donovan me había dado en el bolsillo, metí la mano con cuidado y, sin apartar la vista de mi esposo, traté de llamarlo. Sin embargo, Adrik notó el movimiento y soltó una carcajada antes de levantarse y dar dos pasos largos, haciéndose gigante frente a mí.
Provocando que cada fibra de mi interior temblara.
—Te prohíbo que llames al imbécil de Donovan —ordenó, con ese tono que me helaba la sangre. Sabía que tenía un teléfono, y que de un solo golpe podía arrebatármelo, pero eso no era parte de su plan—. Ven acá, Cassia. Tenemos que hablar sobre tu pequeña travesura.
Quería que volviera a doblegarme ante él, que regresara a estar bajo su control. Así le sería más fácil llevarme de vuelta a Seattle.
—No.