Flavia narrando
El primer rayo de sol se filtró por las pesadas cortinas del cuarto de Rafael, iluminando mi rostro aún envuelto en sus brazos. El reloj marcaba las 6:14, y mi cuerpo se tensó al recordar a las gemelas. Intenté deslizarme fuera de la cama, pero sus músculos —duros como acero— me mantenían atrapada en su calor. La escena de la noche anterior invadió mi mente: risas susurradas, caricias que ardían como brasas, la entrega que me hizo olvidar todas las cicatrices dejadas por Deivison. Ahora, sin embargo, la realidad me golpeaba. “No soy la dueña de esta casa, solo la niñera. La niñera que se acostó con el patrón”, pensé, avergonzada.
Pero los destellos de la noche persistían mientras recogía mi ropa del suelo. Lo miré, aún dormido, y sonreí al recordar sus manos borrando las memorias de Deivison, sus labios haciéndome olvidar el sabor amargo de ser tratada como basura. La culpa, sin embargo, volvió a estrangularme. “Soy la niñera y nada más”, repetí mentalmente. “No puedo