Flavia narrando
El sábado debería ser un día de descanso, pero al parecer Rafael nunca supo respetar fronteras —especialmente las mías. Apenas me había despedido de las gemelas y me preparaba para salir de la mansión cuando una notificación vibró en mi celular: “Oficina. Ahora.” Las palabras eran una orden, pero el calor que subió por mi cuello al leerlas era pura provocación.
Él estaba sentado tras el escritorio, postura de rey en su trono de madera oscura, cuando entré. Sus ojos ámbar se oscurecieron al verme y, antes de que pudiera hablar, ya me había jalado hacia su regazo.
—Insistes en huir, pero sabes que siempre voy a traerte de vuelta —susurró, sus labios rozando mi yugular mientras sus dedos se deslizaban bajo mi blusa.
Respiré hondo, intentando mantener la razón.
—No estoy huyendo. Solo necesito… espacio —mentí, temblando cuando su boca encontró mi hombro.
—¿Espacio? —Su voz fue un rugido bajo, y sentí sus dientes presionar mi piel, dejando una marca invisible pero que