(Narrado por Rafael)
El silencio finalmente regresó a la habitación cuando el último visitante se marchó. El bebé —nuestro bebé— dormía profundamente en mi regazo, sus labios diminutos succionando ligeramente en el sueño. Flávia, exhausta pero radiante, extendió el brazo para ajustar la mantita azul del cuarto del bebé cuando algo llamó su atención.
—Mira —murmuró, tomando mi mano.
Me incliné sobre la cuna. Escrito con letras torcidas y adhesivos de colores, claramente obra de Bia, se leía:
“LOS DRAGONES TAMBIÉN PUEDEN SER PADRES”
Un rugido de risa contenida escapó antes de que pudiera detenerme.
—Parece que definitivamente fui promovido de monstruo a dragón —comenté, depositando cuidadosamente a nuestro hijo en la cuna. Él resopló, hundiéndose en el colchón suave como un pequeño rey en su trono.
Flávia soltó una risa cansada, hundiéndose también entre las almohadas. Sus ojos pesados se cerraban contra su voluntad, pero su sonrisa permanecía.
—¿Debemos imponer límites a esos revoltoso