Narrado por Isabela
Hacienda La Aurora, Santiago de los Caballeros, República Dominicana — 08:12 a.m., cinco días después de Milán
El sol dominicano se filtraba con fuerza por las persianas de caoba, llenando la suite principal de un calor suave, casi como un abrazo caribeño. Adrián había cerrado el trato en secreto: quinientas hectáreas en las colinas verdes de Los Caballeros, una finca histórica con casa colonial restaurada —techos altos con vigas expuestas, pisos de terracota artesanal, paredes blancas con acentos de azulejos talavera.
Afuera, una piscina infinita de azul turquesa se extendía hacia la vista del río Yaque del Norte que serpenteaba abajo; terrazas amplias con hamacas de macramé, palmeras reales y mangos maduros colgando del árbol. Más allá, la granja: vacas Jersey, caballos pura sangre, gallinas criollas picoteando libres, huertos de plátanos, yuca y aguacates. Todo envuelto en el aroma de café recién tostado y flores de frangipani.
Desperté con Adrián besando