Narrado por Adrián
El tintineo de mis llaves al caer sobre el mármol sonó más fuerte de lo habitual, como un disparo que rompía el silencio. Tres días en Nueva York: reuniones, firmas, éxitos. Pero al cruzar la puerta, el aire estaba cargado. Isabela me miró desde el sofá, ojos distantes. "Bienvenido", dijo seco. No hubo beso, no abrazo. Solo eso.
Durante el viaje, Caroline –la nueva asistente, eficiente, fresca– manejó todo impecable. "Señor Salvatore, el vuelo sale en dos horas. Documentos listos". Siempre atenta. Llamadas de Isabela: cortas, frías. "Todo bien, amor. Reuniones. Te llamo después". Mentí un poco; el jet lag no era excusa. Estaba agotado, sí, pero también aliviado de la rutina matrimonial. Isabela controla todo: la casa, las acciones, mi agenda social. A veces asfixia.
En Nueva York, cenas con inversores. Caroline siempre cerca. "Pruebe el risotto, señor. Es excelente". Sonreía profesional. Nada más. O eso me repetía. Es joven, ambiciosa. Me halaga su admiración, p