Narrado por Adrián Salvatore
No había paz.
Ni en casa.
Ni en mi cabeza.
Isabella evitaba mirarme, como si mi presencia le doliera. Cada palabra suya era un filo.
Intenté acercarme, explicarle, hablar como dos adultos que se aman… pero su silencio era un muro imposible.
—Isabella, necesito que me escuches —dije, apoyándome en el marco de la puerta.
Ella ni se movió.
—Ya te escuché demasiado, Adrián.
Ese tono me atravesó. Quise responder, pero en ese momento el teléfono vibró. Era Máximo.
—Dime.
—Tenemos un problema —su voz era fría, directa—. Los rusos están descargando un cargamento en Panamá. El doble de lo que nos robaron.
—¿Confirmado?
—Confirmado. Si actuamos ahora, podemos recuperar todo. Pero no hay tiempo.
—Entonces vamos —dije sin dudar.
Cerré el móvil. Isabella me observaba, brazos cruzados, ojos enrojecidos.
—¿Otra reunión? —preguntó con sarcasmo.
—No. Es trabajo serio.
—Siempre lo es.
Tomé la chaqueta, el pasaporte y mi arma de mano. Quise explicarle, decirle que no era una