MELISA.
estoy de pie, o más bien, sujetada por Karen. El golpe me ha dejado aturdida; mi labio está partido y sé que mi rostro es un desastre. La cámara y el portátil están encendidos, y la luz dura me ciega parcialmente. Siento la mano de Karen aferrada a mi cabello, tirando lo suficiente para que mi rostro quede bien expuesto. Me obligo a no llorar, a no emitir un solo sonido. Kostas tiene que verme fuerte.
De repente, una imagen aparece en la pantalla del portátil. Es él. Kostas. Su rostro, normalmente controlado y frío, ahora está crispado por la rabia y la preocupación.
—¡Melisa! —Su voz es un trueno que resuena en la habitación.
Oleg se posiciona justo al lado del ordenador, sonriendo con desprecio.
—Qué gusto verte tan... en vivo, Kostas —saluda con falsa cordialidad—. Te presentamos a la invitada de honor.
Kostas ignora a Oleg, sus ojos clavados en mí, en mi labio roto.
—No le toquen un puto pelo a Melisa —gruñe Kostas, su voz cargada de una amenaza glacial—. Me escucharon bie