MELISA.
El mundo se tambalea. Abro los ojos a medias, pero todo es una mancha borrosa, como si mirara a través de un cristal empañado. Siento un mareo espantoso que me revuelve el estómago y me taladra la cabeza. Apenas si logro enfocar, la luz es demasiado hostil, y estoy a medio despertar, tratando de recordar dónde estoy o qué sucedió.
Justo cuando mi mente empieza a hilar un pensamiento, el dolor me estremece.
¡Plaf!
Una bofetada brutal me impacta la mejilla, girándome la cabeza y encendiendo el lado derecho de mi rostro. El golpe me arranca el último vestigio de sueño y me obliga a espabilar de golpe. El ardor es insoportable.
En medio del aturdimiento por el golpe, escucho una voz masculina, dura y cargada de desprecio, que me atraviesa:
—La perra de Kostas ya despertó.
Siento cómo las lágrimas brotan al instante, calientes y traicioneras, rodando por mi cara, mojando la mejilla que me arde. Intento moverme, llevarme las manos al rostro para acallar el dolor, pero no puedo. Un t