KOSTAS.
El sonido seco y simultáneo de los percutores cargándose resona en el silencio de la sala. Dos armas apuntan a dos cabezas, y el aire huele a pólvora y desafío.
—¡Basta! —La voz de Melisa irrumpe, aguda y desesperada. Se levanta de golpe de la silla, interponiéndose ligeramente entre nosotros.
—Bajen las armas, ¡por favor! —Pide, sus ojos van de mi rostro al de Herodes, llenos de terror.
—No —digo, sin parpadear. Mi cañón no se mueve.
—No —dice Herodes, con la misma firmeza—. Esto es un asunto entre él y yo.
—No me voy sin ella —insisto. Melisa es la pieza clave y sé que ahora es un blanco. Es mi responsabilidad, y mi seguro.
—Es mi hija y se queda conmigo —replica Herodes, su mano firme en el gatillo. Ninguno quiere ceder. Ella es el centro de este brutal tira y afloja.
El sonido seco y simultáneo de los percutores cargándose resonó en el silencio de la sala. Dos armas apuntan a dos cabezas, y el aire huele a pólvora y desafío.
—Herodes, sé que la cabeza de tu hija tiene prec