MELISA.
Han pasado dos días. Dos días que se sienten como una maldita condena en el infierno. No hay romanticismo en el aire, solo el olor a antiséptico y el temor constante. Llevo dos días secuestrada.
Mi vida, que siempre ha sido una prueba, me ha puesto en situaciones difíciles. He superado la incertidumbre de no saber quiénes son mis padres, los horrores de mi niñez, una relación abusiva que me marcó, y la tristeza de tener que internar a mi abuela en un asilo. Pero jamás me imaginé que terminaría así, cuidando a un hombre que aún no despierta.
Este es un infierno que jamás imaginé.
El hombre de la ametralladora, que es el de confianza de mi paciente, no para de presionarme. No me deja respirar. "Si no despierta, te mueres", me dice, una y otra vez. Intento explicarle que la recuperación es un proceso lento, que no hay nada más que pueda hacer, pero él no me escucha.
Me siento desesperada. Estoy a merced de un hombre que no tiene respeto por la vida, un hombre que no dudó en matar a mi colega, un hombre que me arrancó de mi vida sin dudarlo.
Solo espero que Luca haya escuchado mi grito antes de que me subieran a la camioneta. Fue un grito de auxilio, de desesperación. Le grité que cuidara a mi abuela. La camioneta fue perseguida, nos dispararon, pero logramos escapar. Ahora, estoy aquí, atrapada en un mundo de violencia y sin saber qué pasará cuando este hombre, por fin, despierte.
Sostengo el estetoscopio contra su pecho, el ritmo de su corazón es fuerte y constante. Es una máquina perfecta, un corazón de atleta en un cuerpo que ha visto demasiada violencia. Llevo dos días sin dormir, atrapada en esta habitación, una jaula dorada con todos los instrumentos que necesito para mantenerlo vivo. Pero él no reacciona, su cuerpo se niega a volver a la conciencia.
Siento una presencia detrás de mí antes de oír nada. Es la clase de presencia que te hace saber que no estás sola. Es él, el hombre de la ametralladora.
—¿Nada? —pregunta poniéndome a temblar el cuerpo porque siempre me imagino el arma soltando la bala.
Me vuelvo lentamente con mi rostro que expresa mi agotamiento. No he dormido bien y nadie lo haría estando en el entorno en el que me encuentro en este momento.
—¿Usted lo ve despierto? —le pregunto siendo irónica.
Sus ojos se estrechan y se acerca, su sombra me cubre por completo y mi cuerpo se tensa porque siento el aire frío de la amenaza que trae consigo.
—Cuida como me hablas—me advierte, su voz es baja y gélida.
—¿Qué va a pasar conmigo? —pregunto, con la voz temblando por primera vez.
Él me mira, un brillo de algo parecido a la lástima en sus ojos, pero se va tan rápido como llegó.
—No lo sé —responde con sinceridad, que me asusta más que cualquier amenaza—Eso lo decidirá Kostas cuando despierte.
Asi que mi paciente se llama Kostas.
—¿Y qué es lo más seguro que pasará? —mi voz se quiebra, y el miedo me hace débil.
Él no me responde con una palabra. En cambio, me mira fijamente y dice algo que me hiela la sangre.
—Estás en la mafia, preciosa, y de aquí pocas veces se sale vivo.
Mientras ajusto el suero, mi mirada cae sobre el hombre que me vigila. En su mano, un tatuaje de un león con una melena feroz. Mi atención se desvía al hombre en la cama, y allí lo veo, el mismo león en su pecho. Y en su mano, una corona.
Entiendo la jerarquía sin una palabra. Los tatuajes son símbolos de poder, de una hermandad. Me doy cuenta de que este no es un lugar al que pertenezco.
No sé el nombre de mi captor. No sé el nombre de la persona que tiene mi vida en sus manos.
—¿Cómo te llamas? —pregunto.
—Me llamo Nick Romano—no pense que me respondiera, pero me sorprende gratamente.
—Yo me llamo Melisa Bianchi—quiero romper el hielo.
—Lo sé —dice, con voz suave y sarcástica—Lo leí en la bata.
Se va.
El sonido de la puerta al cerrarse es un alivio. Estoy sola. Sola con el hombre que me tiene en mis manos, el jefe de la mafia. Lo miro, y la gravedad de mi situación me golpea. He salvado la vida de un hombre al que se supone que nadie ha visto, un hombre que es el rey de un mundo del que nadie puede escapar.
El aire en la habitación es denso, lleno de la tensión que se acumuló entre nosotros. Con Nick fuera, la presión disminuye, pero la amenaza no desaparece. Me acerco a la cama para revisar a Kostas. «Que lindo nombre tiene».. Sigue inconsciente, con el pecho moviéndose rítmicamente.
Me paro a su lado y no puedo evitar examinarlo de nuevo. La herida está limpia. A la luz de la lámpara, su cuerpo y sus tatuajes son un mapa de su vida. Mis ojos se clavan en su rostro. Un rostro que, a pesar de la palidez y el cansancio, es realmente atractivo. El cabello rubio, la mandíbula cuadrada, los labios finos. Es un rostro de poder, pero también de belleza. Es una combinación extraña que me desconcierta.
Me doy la vuelta y camino hacia la puerta. La curiosidad me invade. Necesito respirar, necesito moverme. No puedo quedarme en esa habitación, admirando a quien no debo por muchas cosas.
Camino por el pasillo mirando mi alrededor. El lujo me rodea por todas partes: grandes obras de arte, muebles de diseño, lámparas de araña. Todo es de un gusto impecable, digno de un mafioso.
Llego a la cocina. Me sirvo un vaso de agua y lo bebo antes de tomar y comer una de las manzanas dispuestas en la encimera.
Sé las reglas. Puedo ir donde quiera, pero no puedo acercarme a la puerta principal. Los hombres de negro me miran, algunos con malicia, con ganas de quitarme la ropa, pero también sus ojos me advierten que, si no hago algo, yo seré la próxima víctima.
Subo las escaleras de la mansión. El olor a mármol y a lujo me da náuseas. No puedo quedarme en la cocina, sabiendo que mi vida depende de que un hombre se despierte. Entro en la habitación, y la presión regresa cuando pienso en mi abuela.
Me acerco a la cama para revisar a Kostas. Sigue inconsciente, con el pecho moviéndose en un pulso normal. La verdad me da miedo que reaccione, porque ahí se define mi destino. Necesita masajes corporales para que su cuerpo no se atrofie. Es un procedimiento que no me gusta, pero es necesario.
Me siento y empiezo con sus piernas. Son gruesas y musculosas, con un poco de vello. Las toco con cautela, mis dedos se mueven lentamente, masajeando los músculos. Siento que sus músculos se relajan, su cuerpo se hunde en la cama. Pero luego, veo algo más. Una erección. Su miembro toma forma, se endurece.
Mi corazón se detiene. Mis dedos se mueven, y sin querer, mis uñas se entierran en su piel. Él se mueve un poco, y su miembro cobra más vida, más grande, más duro. Mi boca se seca. Trago saliva. Cada vez que toco una parte de su cuerpo, su polla se aviva. No puedo evitar que mis ojos se fijen en su polla y mi corazón se acelera al percatarme de lo grande que se ve, a través de la tela de su bóxer.
—Pervertido—y creo que yo también.
Me pongo de pie. La cama, el paciente, la habitación... todo se siente sofocante. La escena se repite en mi cabeza una y otra vez, y el calor que siento no es de la habitación. Es algo más, algo que no puedo nombrar.
Necesito agua fría, necesito olvidarme de lo que acaba de pasar, eso no lo hace una profesional. Los hombres que me tienen secuestrada o en este caso, Nick, ha sido extrañamente amable, me han dejado un poco de ropa y artículos de aseo en un mueble amplio que se convierte en mi cama por la noche.
Entro en la ducha. El agua fría me golpea el cuerpo y el vapor me envuelve. La sensación es la de estar a salvo, la de estar sola, la de estar en paz. Pero la imagen de su polla erecta se me queda en la mente. El calor no se va, se queda en mi cuerpo, una sensación de miedo y de curiosidad.
La desesperación me golpea y cierro mis ojos cuando estor me arden. Levanto el rostro y el agua de la ducha se mezcla con mis lágrimas.
Mis lágrimas corren sin cesar por mi rostro. Un sollozo escapa de mi pecho por mi abuela, por no saber si está bien o si Luca la está cuidando. Sigo llorando, pensando que tal vez no volveré a verla. Estoy sola, atrapada en una jaula de oro, sintiendo que tal vez no sobreviviré. Deseo con toda mi alma salir de este lugar, anhelando una libertad que se siente imposible de alcanzar.
El agua de la ducha cesa. Me envuelvo en una toalla, mi única pieza de ropa, y me muevo por el baño, que es tan grande como mi apartamento, con lavado, inodoro y ducha y un espejo grande. Mi cuerpo se siente un poco más ligero, pero mi mente sigue agitada.
Apenas pongo un pie en la habitación, una mano me agarra por el cuello con una fuerza de hierro. Mi cuerpo choca contra la pared, y una presencia alta y masculina me cubre por completo. Siento el calor de su cuerpo envolviéndome, una fuerza inmensa que me presiona contra la pared. Mi corazón se acelera, el miedo se apodera de mí y temo por mi vida.
Mi toalla se desliza por el cuerpo. El roce de la tela contra mis pies es el único sonido que escucho. Mi cuerpo desnudo queda presionado contra el de él que la parecer también tiene el torso descubierto.
Mis pezones quedan contra su pecho duro. Sus manos, una en mi cuello y la otra en mi cintura, me impiden moverme.
Intento levantar la mirada para ver el rostro de mi atacante. Sus ojos, verdes como el mar en una tormenta, se encuentran con los míos. El miedo me invade, pero no puedo dejar de mirarlo. Su mirada es tan intensa que me paraliza, que me deja sin aliento.
Me mira de arriba abajo, su mirada es de pura maldad. Un estremecimiento me recorre el cuerpo.
—¿Quién eres tú? —me pregunta, su voz es un susurro que pega contra mi oído y el sonido me estremece de pies a cabeza.